jueves, 11 de noviembre de 2010

Fuego único

En la vida que viviste
por el espacio y el tiempo,
me tocó vivir contigo,
estrella de los luceros.

Y todo mi vivir fue
acariciado de fuego:
llama roja, oro, morada,
blanca, gris, negra luego.

Si no me hubieras prendido,
no sé lo que hubiera hecho.
¿Merecí arder, llama única?
¡Yo no puedo comprenderlo!

Juan Ramón Jiménez

miércoles, 10 de noviembre de 2010

La política es cosa de chicos

Sin temor a volvernos demasiado sintéticos, podemos decir que el neoliberalismo como corriente política (los Reventados) tiene dos grandes máximas: la gestión siempre en manos privadas y la política es cosa de grandes (quiero decir, de hombres “mayores”, de adultos).

Por estos días hemos asistido a un direccionado ataque sobre Aerolíneas Argentinas. Desde diversos medios se gasta tinta y papel en sostener hechos que intentan construir una historia sobre la empresa, su gestión, sus problemas, su presente y su futuro. Pero, sobre todo, sobre sus responsables es que se escribe. Pareciera más importante hacer hincapié en quiénes la conducen que en si tiene un problema real, sus causas y consecuencias.

Hace tiempo que sabemos que las historias que se relatan en los Diarios o por televisión no necesariamente están sostenidas por hechos reales. No hace falta que algo haya sucedido para que nos lo presenten como una irremediable verdad. Tampoco hace falta contar con fuentes verdaderas que apoyen la historia, alcanza con algún recurso retórico para camuflarla (“según habría dicho cierto funcionario que almuerza seguidamente con otro funcionario que tiene su despacho a dos oficinas de un secretario…”). Hay un cuento de Borges que termina diciendo algo así como “le he narrado la historia de este modo para que usted la oyera hasta el final”. En ese sutil (?) mecanismo se basan la mayoría de las operaciones periodísticas de hoy en día. De hecho, están más cerca de la (mala) literatura que del periodismo. Por ende, la discusión con el periodismo hoy más que nunca no es sobre los hechos que relata sino sobre aquello que oculta en el relato. La discusión es, entonces, una discusión política; una discusión sobre el sentido de las palabras y su efecto en la realidad.

¿Qué hay detrás de esta embestida contra Aerolíneas Argentinas y sus responsables? Parece que los astros están en línea y todos apuntan en una misma dirección. Y no es coyuntural ni caprichoso ese ataque, sino más bien estratégico. Pegarle a AA significa pegarle a ciertos símbolos de este Gobierno: por un lado, la gestión estatal de una empresa que antes estaba en manos privadas y, por otro, la “juventud” como motor del cambio. Es decir: a través de la (supuesta) “falta de” o “mala” gestión de AA, se le pega al Gobierno; se intenta proyectar el “problema” de AA como si fuera una pequeña muestra que refleja y reproduce una realidad de un todo mayor (la parte por el todo). Pero, también, pegarle a “estos jóvenes K” (de La Cámpora o cualquier otra agrupación política cercana al Gobierno) que pueden llenar una plaza, cantar canciones y pintar banderas (o, incluso, escribir blogs) pero que no pueden “hacerse cargo de las cosas de los mayores”, es decir, de la política, es pegarle al Gobierno sobre su indiscutible decisión de abrir el juego a las nuevas generaciones. El mensaje es directo: no les podemos dejar el Estado y la Política a los jóvenes.

Esa es la operación que se esconde en las notas de Clarín, Perfil, otra vez Clarín y otros medios y en los dichos de Macri (como si este fuera el gran gestionador, cuando lo que muestra la Ciudad es justamente la incapacidad para administrar y hacer del Ingeniero).
Sin embargo, los números de AA son mucho mejores que los que tenía mientras se encontraba en manos de privados. Y estos números son públicos. Con lo cual no vale la pena comenzar una discusión en el terreno en que desean ponerla ellos: una discusión sobre números y estadísticas. Mi idea no es convertirme en un Auditor. Me parece que la discusión en realidad es más bien política. Sobre todo si somos conscientes que cualquier decisión “administrativa” o “de gestión” se encuentra fundamentada, siempre, en una decisión política. La base siempre es política puesto que implica un modo de ver el mundo. El hecho de haber estatizado AA no es una simple decisión administrativa o de gestión, es, antes que nada, una decisión política. El hecho de que AA llegue a todas las provincias del país y conecte el territorio no es una decisión “de gestión” simplemente. Hay allí un fundamento político, de carácter federal, que permite que esa decisión tenga un resultado concreto, se materialice.

Si el objetivo de las empresas de producción y distribución de mensajes y de la Oposición política, es pegarle al Gobierno a través de la gestión y de los “jóvenes”, creo que es el momento preciso para dar la batalla, para disputar el sentido. Y aquí la pelea debe salirse del plano sociológico; aquí la disputa comienza a ser generacional. No por una cuestión etaria, sino por una cuestión ontológica podríamos decir. Lo que “hace generación” en nosotros, aquello por lo que nos podemos definir como parte de (“somos parte de una generación…”) no es una “edad” sino un “problema”, un desafío y, en definitiva, una construcción, un objetivo a conseguir. Y el problema “que hace generación” en nosotros es la historia política (o la historia de la política) en Argentina. Lo que “hace generación” es el proceso que va de la Dictadura al menemismo y que hoy todavía se materializa en esa visión sobre la “cosa pública” que podemos leer en ciertas notas y en los comentarios de la mayoría de la clase política oposicionista negativista (qué es la juventud para el PRO sino un grupo de pibes que van a hacer pogo a un estadio de fútbol por una remera). Porque, en sentido inverso, podemos decir que el problema “que hace generación” en ellos es justamente la juventud, la novedad, el cambio. En definitiva aquello que ponga en riesgo las dos máximas de su política: la gestión debe ser privada y la política es cosa de grandes.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Anécdotas


Hoy tuvimos un Plenario con los compañeros de la agrupación. La verdad es que estuvo muy bueno, éramos muchos y había pibes que nunca había visto. Si bien la nostalgia invadió primero el tono de los comentarios de cada uno de los que tomaban la palabra, luego la cosa empezó a cobrar un color más político, más militante, con garra y, sobre todo, con mística.

He estado pensando mucho todos estos días sobre la cuestión de la política. La política como restitución de la política. Es decir: tener como política poner a la política en el plano de la vida, en el de las acciones, como un entre los hombres; volverla presente y palpable, pronunciable nuevamente como algo que es posible y, más que nada, deseable. Ya mucho hemos dicho sobre ello, no sólo aquí sino en la mayoría de manifestaciones y testimonios que recuerde sobre estos días. “Qué nos dejó Néstor”, nos decimos, como una especie de pregunta retórica: “la política”, nos respondemos. Y ciertamente que es así, a esta altura no quedan dudas de eso. Pero me gustaría citar una breve historia que uno de los compañeros nos regaló hoy para que podamos percibir cómo funciona esta cuestión de “la vuelta de la política”.

Dice Gustavo: “Era enero del 2003 y la Provincia de Bs. As, el peronismo de la provincia, había decidido ya que se iba a acompañar la candidatura a presidente de Néstor Kirchner. Ninguno de nosotros lo conocía muy bien. Habíamos visto algo por Crónica TV pero poco sabíamos. Y nos citaron a una reunión, a mí y a otros 20 más. Yo militaba en ese entonces en la JP. La reunión era en la Casa de Santa Cruz. Había una mesa larga en la que nos fuimos sentando todos, uno al lado del otro un poco en silencio, expectantes, como viendo por dónde venía la cosa y con qué nos iba a salir este tipo. La verdad es que estuvo una hora entera bajando línea, taca, taca; una hora. Nosotros en silencio, ni nos mirábamos.  La reunión terminó y todos nos fuimos, cada uno para su lado. No nos dijimos nada en ese momento quizá porque nos medíamos un poco, nadie quería tirar la primera piedra. Mientras volvía para mi casa iba pensando en el discurso. “Es medio de universitario” pensé primero; “diría que hasta un poco ingenuo”, me dije. “Vamos a encerrar a los milicos, vamos a terminar con el Punto Final y la Obediencia debida; vamos a clausurar la relación con el FMI, vamos a terminar con la Corte adicta”, etc, etc. Esto es lo que el tipo nos había dicho durante una hora. Yo había estado en la plaza de mayo cuando fuimos a ver a Alfonsín esperando escuchar “no le vamos a pagar al FMI” y terminar escuchando “esto es una economía de guerra, hay que ajustarse los cinturones” y también cuando unos milicos trasnochados lo quisieron poner en jaque, ahí también fui a la plaza, para decirle que estábamos a su disposición, que no queríamos saber nada con los milicos y cuando salió Alfonsín al balcón nos dijo “la casa está en orden”. Así que esas cosas que ahora este tipo medio desgarbado, de apellido difícil, del Sur, nos decía, me parecían algo ingenuas. Por supuesto que me gustaban, pero para ese año, después de lo que había pasado en el 2001, escuchar ese tipo de cosas me parecían como demasiado naif. ¿Qué fue lo que hizo que un militante como yo, o como muchos otros, pensara que la política no podía hacer estas cosas? ¿Qué pasó por nuestra historia para negarnos esa confianza? El tipo, finalmente, hizo lo que nos había dicho y hoy, ustedes que están acá, muchos jóvenes, no tienen esa traba, saben muy bien de qué trata la política y qué es lo que con ella se puede lograr. Ese legado que nos dejó es sobre el que más tenemos que trabajar. Después de él, de Néstor Kirchner, ya nadie podrá pensar que cuando uno se propone una meta de esa envergadura, por más que haya muchos intereses en juego y que quizá algunos enemigos se presenten en la batalla, peca de ingenuo. Después de Néstor Kirchner, ingenuo es no atreverse a soñar; ingenuo es no arriesgarse a disputar; ingenuo es no animarse a hacer”.

lunes, 1 de noviembre de 2010

La certeza de que nos queda la política


I
El viernes, cuando volvía del centro a mi casa, después de haber estado bajo la lluvia esperando a que pasaran él y ella, quizá esperando despedirme o decir algunas palabras que todavía se atragantaban en mi garganta como si todas quisieran salir a la misma vez, sin un orden, sin una jerarquía, simplemente liberarse de este nudo que me oprimía, el viernes, bajo la lluvia, regresaba a casa sentado en el vagón del tren cuando la vi. Estaba todavía apesadumbrado, a pesar de que esas palabras finalmente se habían escapado, y que ahora sólo pensaba en cómo volver al ruedo mientras el tren que me llevaba corría para el norte, trayéndome de vuelta, casi adormecido por su sedante y sistemático traquetear, la vi. Llegando desde el sur, una Locomotora a toda velocidad cortaba la imagen en dos. Era una de esas antiguas máquinas que son independientes de los vagones que arrastran y que me recuerdan a mi niñez, cuando jugaba en las orillas de la Estación de mi pueblo, cuando todavía se veían muchas de ellas atravesar la siesta. La veo venir y no sé por qué le presto atención. Y veo que lleva dos símbolos pegados en su trompa, grandes, redondos, orgullosos como los llevaríamos nosotros en el pecho: una escarapela del Bicentenario y una cinta negra de luto, y pienso “está de luto, sin embargo no se detiene... así es como debe funcionar la Historia”.

II
No sé si será porque el viaje en tren siempre me invita a divagar un poco, pero a partir de esa imagen comencé otro viaje, éste en mi cabeza. Lo primero fue tomar esta imagen, la de la locomotora que seguía su camino a pesar del luto, y contrastarla con aquél relato de Walter Benjamin cuando ve al ángel en el cuadro de Paul Klee, el Angelus Novus: “El ángel de la historia ha de tener ese aspecto”, escribe Benjamin. “Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. En lo que a nosotros nos parece como una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe, que incesantemente apila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. Bien quisiera demorarse, despertar a los muertos y volver a juntar lo destrozado. Pero una tempestad sopla desde el Paraíso, que se ha enredado en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al que vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Esta tempestad es lo que llamamos progreso”. Y cuando logro sopesar ambas imágenes es como que mi propia historia se cruza ante mis ojos, como un flash, y pienso, y me pregunto, ¿cuál es el equilibrio entre ambas, entre la locomotora que va hacia el frente sin mirar atrás y el Angelus que lo hace sin mirar al frente? ¿Quién puede poner ese equilibrio? ¿Existe, es posible?

III
La locomotora es una imagen que se suele utilizar en el lenguaje empresarial: ir hacia el frente, arrasar con todo en el camino, que nada te detenga y llevar a cuestas, como enganchados, a los demás. “Todos te persiguen, pues tú eres la locomotora”, etc, etc. Es una metáfora que se ha usado mucho para pensar el propio sistema capitalista, es como un símbolo que lo ha querido representar y lo ha hecho muy bien. Y la mirada de Benjamin, en cambio, es una mirada que se ha utilizado mucho en el mundo académico y justamente en oposición directa con la anterior. Ambas, a pesar suyo, tienen algo en común: siempre han puesto al discurso y accionar político como algo secundario, accesorio quizá, a los mundos que relataban. Es como si la política sólo se dedicara a gestionar las condiciones administrativas de ambos mundos. Y esa fue justamente la mirada con la que muchos de nosotros crecimos cuando hablábamos de la “política real” (real politik, como se suele decir). Idealizamos una política inalcanzable, límpida y lustrosa, incolora, capaz de florearse como ninguna otra en las hojas A4 de los papers que inundaron Universidades o en la de los libros que nos gustaban leer y citar para estar a la moda. Hoy miro a muchos de los que así pensábamos, incluyéndome por supuesto, y me pregunto ¿qué fue lo que pasó, en estos últimos años, para creer que esta visión ha tenido un cambio, que es posible pensar de otro modo la política?

IV
Recuerdo cuando en el 2002 escribimos, con unos amigos en la revista que sacábamos, sobre el 19/20 de 2001. La editorial colectiva de ese número 9 de La Escena Contemporánea se llamaba "La vorágine" y allí decíamos: “la vorágine destruye toda posible articulación nacional, de la que sólo quedan restos más o menos autonomizados. Destruye, para decirlo en términos clásicos, los lazos sociales”. Eso era lo que veíamos por aquéllos tiempos, una vorágine en la que nada quedaba en pie, ni siquiera los Bancos cómo último eslabón de un mercado financiero que hacía agua por todos lados. Y mucho menos la posibilidad de pensarse colectivamente. La incertidumbre era la única posibilidad real, la verdadera, todo lo demás era una ilusión alimentada por la nostalgia. Era como si camináramos por un sendero con los ojos cerrados, sin saber si había un piso, paredes o un techo que nos cubriese.
Creo que lo que hemos visto la semana pasada (algunos lo vienen viendo hace rato ya) contradice profundamente esa otra historia. Es como si habláramos de dos mundos totalmente diferentes. ¿Qué puede haber pasado en menos de 10 años para que eso cambie, para que esa percepción sea una anécdota de nuestro pasado reciente (aunque pulse, en algunos hombres, por volverse presente)?

V
La única respuesta posible que tengo al alcance de mi mano es pensar que vino la política. No ya como una ciencia de la administración de lo existente, sino más bien como creación; no como marcación del límite (hasta dónde llegar), sino como demarcación de lo que ya no es posible tolerar (hasta aquí llegaron). La vorágine ya no es posible de tolerar. Y la política es el equilibrio entre la locomotora y el ángel. La política es lo que hay entre los hombres, decía Hanna Arendt, es la relación. Es la posibilidad de reconstruir los lazos. De reconstruirse. Y estos días son un claro testimonio de ello.

VI
Finalmente, el tren llegó a Victoria (recurso estético, pensarán ustedes, pero no, es cierto, yo me bajo en la estación Victoria). El viaje terminó. Las dos imágenes que me acompañaron y sobre las que divagué un rato ahora se esfumaban bajo la lluvia del viernes. Ya no tenía éstas preguntas y, aunque sé que siempre es bueno tener preguntas, esta vez sentía que tenía una certeza. Y que esa sensación de seguridad que me invadía, a pesar de lo que acababa de ocurrir apenas unos días, me dejaba tranquilo. Pero no tranquilo como el que se sabe ganador, sino tranquilo como el que sabe que tiene trabajo por delante, que no está solo, que está acompañado y que hay otros como él.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Tristeza y Alegría

Tengo ganas de escribir. De otras tantas cosas también, pero sobre todo de escribir. Y de compartir. Tengo también una sensación encontrada, casi hasta contradictoria aunque profundamente enlazada. Es una sensación que vive en mis entrañas y late y respira. Es una sensación de tristeza por el que ya no está, pero de profunda alegría por aquéllo que dejó quien ya no está. Pero también esa alegría, debo reconocerlo, es una alegría egoísta. Es que nunca pensé que iba a llorar la muerte de un político, de alguien que formara parte de lo que llamamos “la clase dirigente”; y siento que ese llanto me ha demostrado que estoy vivo, que todavía puedo soñar, creer, sentirme parte de algo mucho más grande e intenso que mi “yo mismo”.

Hace un rato escribí en twitter que la última vez que había llorado así fue cuando murió mi viejo. Me salió de repente y quizá no lo debiera haber dicho así nomás. Es que me resultó incontenible, necesitaba decirlo, no tanto por lo que decía de mi, sino más bien por lo que decía de él, por lo que significaba para mí y para tantos otros de mi generación, la que nació en el 76'. Es que decir estas cosas ya no habla tanto de nosotros: habla más bien del sujeto de nuestras palabras. Nuestras referencias quedan desdibujadas, como a la sombra. Y estoy feliz de que así sea.

Quienes consideramos que la política es aquello que atraviesa de cabo a rabo una vida hoy compartimos esa sensación agridulce de tristeza y alegría. En cambio, aquéllos que no entienden nada de la vida hoy festejan la muerte. También esto es hablar un poco de las dos argentinas.

Podremos (entre nosotros, digo, los kirchneristas y los no kirchneristas) discutir una y mil veces cuál de todas las políticas públicas estuvo mejor y cual no lo estuvo. Podremos tener diferencias profundas sobre lo que hacía falta y sobre lo que se había hecho. Podremos, en definitiva, tener una discusión eterna sobre la Gestión de la cosa pública. Pero lo más interesante es que hace tiempo que dejamos de discutir la gestión para empezar a discutir de política, a pesar de que muchos no se daban cuenta de lo que hacían.

Creo que eso es un legado que hoy nos han ofrendado. No somos nosotros quienes honramos a quien ya no está, sino que somos nosotros honrados por aquél que vivió en nuestro tiempo. Tristeza y alegría, tristeza y alegría. Espero que estemos a la altura para lo que viene, esa será la única manera que tendremos de honrarte. 

Gracias Néstor, te vamos a extrañar

miércoles, 6 de octubre de 2010

Mercedinos al palo

Uno es consciente a esta altura que el medio, cualquiera sea, tiene sus propias instrucciones de uso. Es ingenuo pensar que una herramienta es neutral: si un martillo es utilizado por el carpintero es una cosa, en cambio dénle un martillo a un niño y seguramente pensará que todo debe ser martillado. Por ende, es bueno pensar que uno puede utilizar herramientas para determinado fin pero siempre teniendo en cuenta que esas herramientas, en la medida en que las utilizamos, producen algún cambio en nosotros y en las prácticas que realizamos.

Con la televisión pasa algo así. Están los que valoran su eficacia para transmitir información y los que, justamente, la critican por desinformar. Más saludable sería pensar en cambio que en su complejidad coexisten ambas posibilidades y que, si bien el medio nos impone ciertas reglas de uso, también estas pueden ser doblegadas para decir algo que, en principio, no estaba previsto.

Así pasó el día de ayer en el programa "Otro Tema" de Santo Biasatti. La discusión era sobre el proyecto por el nuevo servicio militar tan mentado por el inescrupoloso e ineficiente Julio Cobos. Como nota color del debate, el Programa había invitado a un grupo de compañeros mercedinos que estaban "haciendo algunas prácticas sociales" en un barrio carenciado de la ciudad de Mercedes, Buenos Aires. Lo que no se esperaba Biasatti (pobre el agente de producción que tuvo la idea de invitar a estos "pibes") era que estos compañeros iban a bajar tremendo discurso!! Cuando seguramente lo que esperaba era un cuentito lavado sobre cómo los pibes hacen lo que el Estado no, se encontró con que esos pibes tenían bien en claro que sus actividades se encontraban enmarcadas en una política nacional y que la posibilidad de que creciera tanto cuantitativa como cualitativamente no dependía de simple voluntarismo sino de creer y comprometerse con el destino de esas políticas.

Vuelvo a decir: tremendo discurso el del compañero Juan Ustarroz. Cuando la palabra es recobrada, cuando la voz es recuperada, no hay espacio ni medio en donde el silencio pueda acallar la contundencia de los hechos. A diferencia de lo que dice Biasatti al final de la entrevista: "los felicito más por lo que hacen que por la entrevista", hay que decir: "los felicitamos, no sólo por lo que hacen, sino también por lo que piensan sobre aquéllo que hacen". Esto es parte de una nueva conciencia que la militancia tiene sobre la comunicación. Esto es un indicio más del saludable camino que hemos emprendido, como dice otro compañero, "a paso de vencedores".

Dejo el video, seguramente mucho más interesante que este prólogo ensayado.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Juventud vs. Generación... Ah, y la política también

Yo no sigo el camino de los antiguos
busco lo que ellos buscaron
Basho

I
Recién estaba viendo el programa de Grondona -Mariano para los amigos- y, debo confesarlo, me divertí mucho con la situación “del piso”. Quiero decir: hace ya un tiempo que uno, cuando ve este tipo de programas, se divierte más de lo que se calienta. Antes las estrategias discursivas eran más sutiles porque se escondían en el entramado discursivo de una sociedad dispuesta a ingerir más que a digerir, y entonces no hacía falta “ir tan al frente” como ahora le toca al Dr. Antes, hasta parecían críticos cuando en realidad lo que hacían era su papel en lo que previamente se había guionado. Ahora, en cambio, deben ir al frente como autitos chocadores y despojar a sus discursos de cualquier ornamento o disfraz. Es gracioso cuando Grondona, por ejemplo, le dice a una alumna que toma su Escuela en la Ciudad en reclamo por la realización de las reformas pautadas en el presupuesto, “¿Ustedes le harían esto a Kirchner? Porque siempre se lo hacen al pobre Macri”. Cuando uno escucha eso, cuando uno ve cómo la falta de sutileza pone en cruda evidencia la posición desde la que se habla, es cuando pienso en lo bien que estamos yendo. Mientras más directo, mejor.

Pero no era sólo esto lo que me causaba mucha gracia en el programa de Grondona, sino toda la puesta en escena de dos alumnos, uno en contra de las tomas y otro a favor, con sus respectivos padres discutiendo sobre la estrategia política y, si se quiere, sobre la política misma. Me causaba gracia, en principio, las argumentaciones de uno de los padres, el que estaba en contra (el otro muy dignamente reconoció que fue su hija la que le abrió los ojos). Pero también la postura de Grondona y, con la de él, la de todos los periodistas, políticos, padres, etc., que han estado hablando de la “juventud” y “la política” en estos días. “Se politiza el conflicto”, “atrás de esto hay intereses partidarios”, “la juventud debe dedicarse a estudiar” y otras cosas por el estilo hemos escuchado o leído invariablemente en las últimas semanas. Y, hay que decirlo con todas las letras, hay aquí un conflicto sumamente interesante: al utilizar ambos conceptos, el de política y juventud como dos entes opuestos, enemistados diría yo, han dado en el corazón de nuestro tiempo.

II

En este conflicto, el que nos presentan entre política y juventud, se anudan los problemas de nuestro presente y, muy presumiblemente, los de nuestro futuro. En primer lugar, porque se está tratando a “la política” como algo negativo. Esto no es nuevo, desde ya. Pero vale recordar que justamente es el discurso que hizo que Macri asumiera como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y como un candidato importante en las presidenciales de octubre de 2011. Si bien ya se ha escrito sobre el tema, y mucho, hay que decir que esa postura sigue siendo efectiva y produciendo sentido al interior de la sociedad. Al otorgarle un sesgo negativo a la política y asociarla con la juventud, como algo que no debería ser “corrompido” por ésta última, no sólo se está maldiciendo a la política (vaciándola de sentido) sino que se está insinuando que la juventud es algo bueno! Flor de estupidez si las hay! Cómo puede ser buena una época en la que empezás a ver cómo se organiza el mundo (al que llegaste, ese que organizaron otros por vos)y donde todas las chances para intentar hacer algo a tu favor sean vistas como una “acción” propia de la edad. Una época así nunca puede ser “buena”.

Pero lo que hay que decir es que también es una estupidez seguir discutiendo este conflicto y utilizar la categoría de “juventud” todo al mismo tiempo. Si queremos avanzar en esta historia, debemos deshacernos de esa categoría. Es demasiado sociológica, nos puede servir para un censo, pero no para esta discusión. Aquí lo que estamos viendo, más que a la juventud, es cómo una generación está tomando la palabra que le fue sustraída a otra. La toma de la palabra, la recuperación de una voz, es el acto político más gratificante de estos últimos tiempos. Y no es este conflicto, el de la toma de las Escuelas, el detonante sino sólo una expresión más de esta situación generacional.

Y aquí viene la otra cuestión. Como se dijo, la idea de juventud es demasiado reduccionista puesto que está asociada a una franja etaria sin tener en cuenta lo diversa que esa franja puede ser. En cambio, con la idea de generación creo que podemos pensar en otro orden, un orden que nos permita vislumbrar por qué hay tanto lío con que “unos pibes” quieran hacerse escuchar. Una generación, entonces, no se define por la edad de quienes la componen sino por el problema común al cual se enfrentan. Fue Ignacio Lewkowicz quien dijo algo por el estilo: “Dicen que una generación se constituye a partir de un problema común. Más allá de la diversidad de respuestas ensayadas en relación con el dilema en cuestión, una generación se enlaza a partir de un problema compartido”. ¿Y cuál es el problema compartido de esta generación? Cuando Lewkowicz escribió esto en la década del 90’ su respuesta fue “pensar sin Estado”. ¿Pero hoy sigue siendo esa la respuesta?

III

Cuando desde el discurso mediático y también de buena parte del discurso del profesional de la política se asocia a la política con la juventud como un matrimonio imposible, creo que lo que se intenta expresar es justamente esa posición que fue dominante en el menemato: la juventud debe pensar por fuera del Estado, por fuera de la “organización política” y desarrollar lazos que evadan esa lógica “institucional”. Lazos, si se quiere, que se organicen a través del mercado, a través de los consumos. Comunidades, tribus, etc. Todas categorías que el mundo sociológico comenzó a utilizar desmedidamente en la década del 90’.

La juventud, entonces, pensando como si no hubiera Estado. Es decir, en definitiva, pensando que no hay lugar de poder a disputar salvo el de la Empresa, el del Jefe. Porque, en última instancia, de lo que aquí se trata es de poder. Esta generación lo que ha empezado a disputar es poder, pero poder político. Primero cuando empieza a reconocerse como un colectivo, por decir que tiene voz propia; segundo, para exigir sus derechos: quieren lo que les corresponde. Y están dispuestos a negociar, seguro, pero que no les pongan todas las condiciones. Esta generación no tiene como problema el hecho de que no haya Estado (aunque Macri represente esa postura), sino que su problema en común es la falta de “educación política” de sus padres, los hijos de los 80’ y 90’. Su problema en común, aquello que “hace generación”, es el discurso que intenta escindir la política de su sentido transformador.

Y cuando digo esta generación quiere disputar poder, sé que me van a saltar con una caterva de textos de Foucault sobre el poder y su diseminación en el entramado social, su descentralización y todo eso. Yo también leí esos textos, no hace falta que me corran por ese costado. A lo que me refiero es que hemos vuelto a pensar al Estado y a la política como un lugar desde el que se pueden hacer cosas para transformar, para crear y para garantizar un mundo más digno de ser vivido. Hemos vuelto a pensar a la política y al estado no como una administración de lo existente, como una actividad de gerentes de la cosa pública, sino como un espacio en conflicto, claro que sí, pero desde el cual es posible hacer lo que se pretendía cuando se luchaba por llegar.

Que hoy sea un conflicto que esta generación nos muestre su educación política es justamente porque en se mismo acto pone en evidencia, y devuelve como un espejo, la falta de política que tiene buena parte de las generaciones que la preceden. ¿Cómo digerir que tu hijo le tomá la Escuela al tipo que vos votaste porque parecía el gerente que venía a cambiar todo, el que te decía que la política era “mala palabra” y que tenía “un gran equipo”? ¿Qué explicación podés dar a tu hijo cuando te pregunta a quién votaste, después de contarte que en la Escuela se cayó el techo y que casi le parte la cabeza a un compañero? Es doloroso, claro que sí: son ellos los que están dando una lección de la que los libros de historia, cuando mencionan similares, lo hacen con el nombre de gesta. Son ellos, la generación de la política, la que nos interpelan y nos exigen. Así crecemos. Así mejoramos. Y, en definitiva, aquéllos que intentan reducir todo a un problema de la juventud intervenida por los intereses de “los grandes”, son como la osamenta: nos advierten que pronto, no muy lejos, hay un cadáver que se está pudriendo. Todo llega. Incluso el crepúsculo, sino no habría amanecer.

domingo, 22 de agosto de 2010

La Guerra, los bloggers y Lawrence de Arabia

La prensa escrita es el arma más grande en el arsenal del mando moderno
T. E. Lawrence, Enciclopedia Británica, para la voz Guerrilla (1929)
I

“Estamos en guerra” gritan al unísono las fuerzas vivas de la sociedad civil. Al menos parte de ella, especialmente la que se recuesta en el sofá mientras lee con incredulidad el Diario del domingo y repite con fervor toda la semana las frases perfectas que agentes de publicidad, más que periodistas “independientes”, cincelaron con cuidado. Y digo, para qué autodenominarse independiente cuando lo que se proclama abiertamente es el estado de guerra en el que se ven involucrados. “Pero no es una guerra que hayamos declarado nosotros”, me dirán. Pero haré oídos sordos, obviamente. Sólo dejo a las mujeres que me mientan y por otras razones.
Hablando de la paz, hoy leía la columna del inmutable Morales Solá y notaba cómo desde el título el periodista prepara al lector para que entre en su juego bélico: “La guerra más peligrosa de los Kirchner” (después ponen el grito en el cielo cuando Moreno hace sus squetch con cascos y guantes de juguetes) y la de Pepe Eliaschev, Twitter AK-47. Ambas, como toda nota de opinión que se precie, llena de suposiciones improbables pero presentadas como hechos tan reales como la ley de gravedad. Pero no es mi intención demostrar la fragilidad de ambas punto por punto sino traer a colación justamente el uso del lenguaje bélico en los periodistas. Unos hablan de guerra, otros de batalla, otros de ejército y algunos de soldados. Les encanta! Algunos hasta quizá rememoren viejas épocas, en donde todo era más fácil para ellos. Pero lo interesante de toda esta postura castrense, en donde las posiciones enfrentadas se presentan como irreconciliables, es la incapacidad para comprender cómo el campo de batalla ha cambiado radicalmente.
II
Es notable cómo estos viejos escribas de matutinos tradicionales, acostumbrados a acabar con todos los oponentes que han osado cruzarse en su camino, trastabillan sin embargo cuando quieren pensar el juego de la guerra en la “modernidad líquida”, en un escenario fluido y dinámico en el que las reglas mutan tanto como el producto que ellos venden cada mañana. Utilizan los mismos recursos de siempre: construir un relato que garantice, como una cuña, el sostenimiento de todo su abroquelado andamiaje, sin tener en cuenta ni la objetividad ni la veracidad. Alcanza con que parezca creíble, esa es la máxima. Confunden opinión con información y profesionalismo con empresa. Pero eso parece hoy no estar dando el resultado de siempre. De alguna manera se cuelan trozos de realidad diferente y, en muchos casos, opuesta a la que presentan como lo real en su estado bruto. Entonces la contradicción comienza a producir estragos en sus filas y la palabra, su bien más preciado, se desdibuja como si gotas de rocío se esparcieran sobre el Diario que quedó sin recoger en la puerta de casa.
Qué está sucediendo, se preguntan. Y entonces empiezan a percibir esta nueva realidad. Ya no alcanza con atacar al Gobierno de turno, ahora hay toda una “nube” de seguidores que apuntalan sus columnas y disparan sus palabras. También hay que atacarlos a ellos: no debe quedar ninguno en pie. Primero se los ninguneaba, “no los mira nadie”, decían. O “son unos cuantos pelotudos que no tienen otra cosa que hacer que escribir ficciones en sus blogs”. Pero llega un punto en que esas “ficciones” comienzan a decir cosas más interesantes que las “realidades” que el “periodismo” presenta. Entonces: guerra contra ellos también. Y ponen a todas las plumas en dirección del nuevo frente que se ha abierto. Pero tampoco logran buenos disparos: no alcanzan a ver el blanco que siempre se les presenta nebuloso y en movimiento. Al parecer, esta época de neblina presagia el Waterloo que está aconteciendo, me susurra el lado más memorioso de mi cerebro.
III
¿Cómo tratar entonces este nuevo fenómeno? ¿Dónde está su centro de gravedad para dar un buen disparo y voltearlo como un castillo de naipes? Estas preguntas resuenan en todas las redacciones y agencias de publicidad. Sin embargo, muy pocos logran acercarse a una respuesta adecuada, integral y desprejuiciada, que logre comprender realmente este fenómeno. La mayoría, como el caso de Eliaschev o de Roberts, el otro día en La Nación, son piezas forjadas al calor del odio y la ignorancia. Pretenden tratar un fenómeno que todavía debe ser pensado y analizado en profundidad con los elementos orales que mi abuelo utiliza cuando discute en el billar. La brutalidad de sus observaciones hace gala no sólo de un desconocimiento supino de las nuevas tecnologías, sino de las nuevas formas de socialización que esta etapa del mundo ha comenzado a esbozar.


Pero voy a traer a colación un ejemplo diferente, también de La Nación (ya casi no leo Clarín), que recuerdo particularmente y que recrea de alguna manera, pero de ángulos y capacidades muy diferentes, no sólo el mismo lenguaje bélico, sino también el mismo interrogante (nunca planteado abiertamente, por cierto): ¿qué hacemos con esta nueva realidad? El artículo es de Beatriz Sarlo, “La batalla cultural”, y me resulta sumamente interesante, justamente porque ella representa el arquetipo del intelectual que tiene licencia para intervenir en este espacio de la palabra con una voz presuntamente autónoma. Es el único con permiso para hacerlo, por diferentes razones, entre las cuales cabe destacar que sus declaraciones, al menos de finales del 80 para acá, resultan inofensivas como balas de salva lanzadas a miles de kilómetros.
Sarlo intenta tratar lo que ella denomina el “dispositivo cultural kirchnerista” (otros, sus compañeros de aula más burdos, hablan de ejército, soldados, mercenarios, etc.), un armado de “partes heterogéneas que funcionan de manera más o menos independiente, aunque alineadas con el Gobierno”. Dentro de este “aparato”, que “comprende iniciativas prácticas descentralizadas, aunque convergentes en sus objetivos, y una red de discursos e intervenciones que reúne instituciones del Estado, pero también formaciones de la sociedad civil”, Sarlo ubica la estrategia del Gobierno con “Fútbol para todos”, programas como 678, Carta Abierta y los “blogueros k”.
A pesar de lo poco simpática que me cae Sarlo, no por eso debo dejar de reconocerle innumerables aportes a la “industria cultural” autóctona. Siempre la he leído con mucho interés ya que sus intervenciones generalmente producen algún impacto en mí; esté o no de acuerdo con ellas, siempre encuentro algo interesante con qué dialogar. En este caso hay que decirlo con todas las letras: da en la tecla. Lamentablemente hay cierto tono en sus palabras que dejan entrever su disgusto con esta realidad que describe y analiza. No alcanza a percibir la potencialidad de esta nueva forma que adoptan los medios que distribuyen las ideas y, quizá por el tono militante o quizá simplemente por la nostalgia del mundo letrado, epistolar, que ha quedado atrás, le otorga un sentido totalmente negativo a esta novedosa situación. Donde ella ve una debilidad yo veo, en cambio, una virtud.
El punto de su análisis que más me gustaría pensar –y al que los invito- es a lo que denomina la “nube k”, los “condottieri”. Con estas formas, claro está, se refiere a lo que, a falta de mayor sutileza y poder de análisis, todos llaman “blogueros k”. Dice Sarlo al respecto: “Los blogueros y comentaristas se identifican con las formas rizomáticas de una nueva esfera virtual, donde no se es responsable ni de la injuria ni del falso testimonio. Viven del rumor que difunden y multiplican; viven también del anonimato, que es la regla que nadie se atreve a discutir. Este mundo es difícil de cuantificar”. Interesante. No por lo de la injuria, el falso testimonio o el rumor, eso es tan viejo como el periodismo, sino por lo de las formas rizomáticas, es decir, por lo irregular de las intervenciones, sin centro y con una autonomía horizontal.
IV
Sarlo está usando un esquema compuesto por términos que me hicieron acordar a un libro que leí hace algunos años, Los siete pilares de la sabiduría, de T. E. Lawrence. Este extraordinario personaje fue conocido mundialmente como como “Lawrence de Arabia”, inmortalizado en la homónima película de David Lean (1962) e interpretado por el magnífico Peter O’Toole. Pero sucede algo extraño con T.E.L y es que muchos no lo conocen y otros sólo lo conocen como una historia de película. Sin embargo es un personaje real, que existió, que fue parte de la rebelión de los árabes contra los turcos en 1916-1918 y Los siete pilares es el “diario” de esa revuelta y que fue publicado en nuestro país por un grupo tan caro a la propia Sarlo, el grupo Sur (Victoria y Silvina Ocampo, Borges, Bioy Casares y otros) en 1944 y en 1955.
Lo que siempre me interesó de Lawrence fue no sólo su historia, sino también su prosa. Cómo contó esa historia de rebelión junto a los árabes en el desierto, a punto tal de volver a ese ingobernable mar de arena que se estira hasta el horizonte en un lugar pleno de belleza. Pero hay un capítulo, el XXXIII, de ese magnífico libro en donde trata, postrado por una fiebre que lo hace delirar, un conjunto de premisas englobadas en lo que podríamos llamar la Teoría Moderna de la Guerra o la “ciencia de la guerra”. Ahí aparecen Foch, Clausewitz, Von der Goltz… y T.E.L va recreando todas las posturas hegemónicas hasta ese entonces. Pero advierte que su situación es muy diferente. Lo árabes, dice, “luchaban por la libertad y éste es un placer que solamente podía ser experimentado por un hombre vivo”. Es decir: su principal objetivo no era la destrucción del enemigo sino preservar la vida de sus compañeros mientras pugnaban por conseguir la victoria final. Su intención era ganar presentando la menos cantidad de veces una batalla real. Y es aquí, se me ocurre, cuando advierte el secreto de la cuestión: “Supongamos –dice Lawrence- que fuéramos (como podríamos serlo) una influencia, una idea, algo intangible, invulnerable, sin frente ni retaguardia, expandiéndonos como un gas. Nosotros podríamos ser como un vapor que se difunde dondequiera. Nuestro reino estaría en la mente de cada uno de nuestros hombres”.
Pensar que esto fue escrito hace casi 100 años y, sin embargo, resulta tan actual. Ser un gas, un vapor, antes que un ejército; ser una influencia antes que un imperativo; luchar para convencer más que para vencer. Creo que estas premisas son las que en realidad más la intranquilizan a Sarlo, al menos es lo que percibo por cómo cambia el tono de su experimentada prosa cuando a ellos se refiere: es la “nube k” de blogueros rizomáticos y anónimos, desprestigiados en donde ellos más cómodos se sienten, como si le dijeran bostero a un hincha de Boca pensando que con eso logran humillarlo.
En realidad, lo que la perturba, y no sólo a ella sino a toda la caterva de “periodistas que se mueren por tocar”, es cómo se han modificado las condiciones en que se difunden de las ideas. Acostumbrados a las reglas de la industria cultural que, como en cualquier industria, lleva en su seno la posibilidad de que su producto sea producido y distribuido por un solo Sujeto o Empresa (a eso llamamos comúnmente Monopolio), las nuevas condiciones de juego permiten las formas del rizoma o, como diría “el Orenz” (así lo llamaban los árabes), ser un vapor que se difunde dondequiera, al que todos tienen acceso. Golpear y correr el cuerpo. El campo de batalla es demasiado amplio para poder defender; la velocidad y el tiempo, la multiplicidad y el anonimato, comienzan a carcomer cualquier estructura, esté ésta oxidada o no.
Ya no son los intelectuales que discuten en “Ñ” o “ADN” o en cualquier otro formato consagrado por el mundo intelectual pero, a su vez, producido por esta misma instancia a la cual se intenta, con mucha delicadeza, hacer temblar, los que cobran protagonismo. En el aquí y ahora de esta nueva realidad, la multiplicidad de voces que recorren de forma inorgánica y anónima la red virtual pegan donde más duele, en aquello que se ha intentado ningunear: la información. Si los hechos que se han intentado invisibilizar salen a la luz y se multiplican lo que se empieza a resquebrajar no es sólo un discurso sobre lo real sino también la honestidad de aquél que lo produce.
V
Hoy se repite como una anécdota una respuesta que da Magnetto a Menem cuando este le pregunta, en medio de una discusión, “pero entonces lo que usted quiere es estar sentado donde lo estoy yo”, a lo que el CEO de Clarín dice: “No, ese es un puesto menor”. Esta breve historia de fantasmas, expresa muy bien cuál es la lógica de las últimas tres décadas argentinas. Primero tuvimos una Dictadura perpetrada por un Ejército profesional. Pero los costes a pagar fueron muy altos y la enseñanza fue apuntada por aquéllos que participaron de esa misma Dictadura pero sin ser necesariamente Oficiales del Ejército. Cuando ya no hizo falta sostener esa torpeza, literalmente, corrieron el cuerpo. Pero luego se dieron cuenta que no se puede convivir con otro especio que detente el mismo objetivo y que, encima, se le ocurra ser autónomo. Por ello, más que el poder, lo mejor, entendieron, es “tomar la palabra por asalto”. Ser los “dueños” de la palabra. Pero, al fin de cuentas, un grupo que desea obtener y mantener a toda costa el monopolio de la palabra y las conciencias no es otra cosa que un Ejército de ocupación. Y si hay algo que la historia nos ha enseñado, es que todo ejército de ocupación es doblegado no por otro ejército de iguales características, sino por algo mucho más irregular y movedizo. Lo más costozo, para todo Ejército, siempre ha sido defender el territorio tomado. Y este territorio, el de la palabra, es demasiado extenso para cualquiera, incluso para el propio Grupo Clarín.
Por todo esto, me parece que no está mal de parte de Sarlo plantear esto como una batalla. Y no me parece incoherente de parte de los “periodistas independientes” utilizar este lenguaje bélico en una democracia. Al fin de cuentas, es el lenguaje en el que se sienten más cómodos. Lo lamentablemente es que no lleguen a comprender que esto es mucho más complejo de lo que pretenden cuando hablan de una “guerra”. Como su imaginario es el de la guerra justamente, sólo piensan en aniquilar al enemigo. Y estiman que del otro lado hay una fuerza igual que la de ellos. Cuando en realidad lo que hoy hay es una "revuelta en tiempos de paz", una no-batalla, en el sentido en que no hay enfrentamientos: el Grupo Clarín y todos sus derivados (Grupo A, Mesa de Enlace, Peronismo disidente, etc.), es un accidente, no el objetivo. Aquí, de lo único que se trata es de recuperar la palabra y hacerla oir. Otro mundo se está haciendo posible y vale la pena que el relato de esa historia, recorra las calles nuevamente.
Por eso, a diferencia de los intelectuales del humanismo epistolar, hay que festejar la aparición de estos irregulares nómades que izan en el viento la palabra escurridiza, ya que con su presencia nada será igual. Será esta una contienda extraordinaria, en la que no habrá enfrentamientos, sino sólo fantasmas que hacen correr la voz de que algo está cambiando. Y eso, mis estimados, es pegar donde más duele.

martes, 22 de junio de 2010

Que el Club de la Buena Onda no nos evite el riesgo de ponernos a pensar

I
Cuanto más me doran la píldora, más escalofríos me recorren el cuerpo. Odio cuando te tiran flores y te dan una palmadita en la espalda. “Sos el mejor”, “Dale que vas bien”, repiten. Y vos no sabés qué hacer. Porque, en el fondo, lo único que cabe esperar es la trompada final; por dónde viene la trompada, te preguntás. Te la creas o no, irremediablemente la trompada viene. Y peor si encima te comiste el personaje, cuando caigas el ruido no te va a dejar escuchar ni el conteo del referí.
Por eso es que desde hace unos días me estoy preguntando ¿por dónde va a venir la trompada? Mientras escucho lo bueno que somos (los kirchneristas, me hago cargo) miro para todos lados, escucho voces, me doy vuelta, afino mis sentidos; estoy, digamos, como en un estado de paranoia total. Lo cual, obviamente, no es sano. Y me digo: un poquito sí, está bueno desconfiar, pero no nos vayamos de mambo!
Se lo cuento a un amigo psicólogo que tengo (cosa que no se hace muchachos, sépanlo, se los digo) y me pregunta “¿y vos, por qué crees que esto te sucede ahora?”. No sé para qué uno le pregunta a los psicólogos si ellos siempre, con cara de poker, te trasladan la pregunta a vos. Pero sin pensarlo, le digo, “debe ser el club de la buena onda”.
“¿De la buena onda?” me pregunta.
“Sí, de la buena onda”, respondo tajante, como dando por terminada la cuestión. Ya no hacía falta su presencia ni su opinión, prefería que siguiéramos hablando de las cosas que hablan los amigos: de lo mismo, pero sin Títulos.

II

No tengo nada en contra de la buena onda, me encanta. Pero tampoco quiero que me evite el riesgo de ponerme a pensar. No me sirve que me repitan que todo ok, que seamos los más lindos y los mejores del barrio. No porque quiera que la cosa esté mal, sino porque nunca está todo ok! Siempre hay algo para mejorar. Como decía Gramsci, el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad.
Si nos vamos a estar diciendo lo bueno que somos todo el tiempo, la vamos a cagar más pronto de lo que pensamos. Hay programas de TV, como el caso de 678, que han puesto en evidencia las formas en que trabaja el discurso del poder que detentan las empresas de telecomunicaciones y todas sus diversificaciones (Grupo A, Mesa de Enlace, etc.). Y eso está muy bien, es genial. Creo que ha sido un punto de inflexión muy importante.
Ahora bien, cuando ya hemos puesto en evidencia eso, y todos lo discuten, y ya no es tan fácil que te vendan pescado podrido, nosotros no debemos desviarnos de nuestro principal objetivo: construir una mejor Argetina. Entonces lo que cabe hacer es seguir discutiendo hacia dónde vamos. Poner algo de pimienta a la cuestión. Si seguimos dorándonos la píldora entre nosotros, la cagamos: es un atajo del pensamiento. Si evitamos pensar las complicaciones y el impacto de nuestras acciones y sólo atinamos a decir lo bien que estamos y lo bueno que somos, sólo porque las empresas de telecomunicaciones se empecinan ciegamente en tapar el sol con la mano, no vamos a llegar muy lejos.
Estamos en pleno crecimiento y hay muchas medidas que se han tomado con un impacto impresionante en sus primeros resultados. Tanto en lo social como en lo político y en lo económico. Hay que profundizar eso. Me encantaría poder ver en algunos de estos espacios que uno sigue algunas voces que lleven la discusión para arriba, que suban el techo. Eso nos vendría bien a todos.
Es una idea, nada más. No quiero que la trompada venga y nos estemos listos para esquivarla.
¿Cuáles son los puntos más flojos de nuestras políticas? ¿Qué nos falta todavía? ¿En qué podemos mejorar? Esas son preguntas sobre las que me gustaría arriesgarme, sobre las que intentaría pensar. Ustedes ¿qué piensan?

martes, 15 de junio de 2010

Los usos de la Historia

I
En el Diario Tiempo Argentino del 14/06/2010 salió, en un pequeño recorte, un comentario de Sebastián Piñera, Presidente de Chile, sobre su experiencia en los festejos del Bicentenario argentino. Dijo el mandatario que “lo impresionó mucho” que se “expusieran de manera tan descarnada las divisiones y quiebres de la sociedad argentina”. Y aseguró también que espera que en Chile esos festejos sean “una fiesta de unidad y futuro”.

Esto me hizo recordar una historia que recuerda Heródoto en uno de sus libros: "Habiendo hecho representar Frínico una tragedia, La toma de Mileto, que él había compuesto, el teatro (entero) prorrumpió en lágrimas; en cuanto a él, le infringieron una multa de mil dracmas por haber(les) recordado desgracias que les concernían sólo a ellos y ordenaron que en lo sucesivo nadie volviera a hacer uso de esa tragedia".

El domingo, por otra parte, en un debate televisivo en TN entre Beatriz Sarlo y Horacio González, la primera cuestionaba justamente el recorte histórico que se había realizado en función de la puesta en escena por parte del colectivo Fuerza Bruta, por entender que el mismo era tendencioso y que el guión no había sido supervisado por un grupo de historiadores más amplio o, al menos, los que ella consideraba que deberían haber participado, como el caso de Hilda Sábato y Luís Alberto Romero.

II
Es la historia, y lo que en ella hay de doloroso, una cuestión que para muchos sectores políticos, intelectuales y periodísticos, debe ser contada como un relato en clave positiva, sin aristas filosas ni rústicos estiletes que puedan dañar el humor ni la conciencia colectiva de los muchos (de la gente, preferirían decir ellos). Una “linda historia”, donde los muertos ya no nos dañen, donde los fantasmas del pasado no nos interroguen. ¿Para qué? ¿Cuál es el objetivo? Mejor olvidar y seguir, tirar para adelante, no estar atado a nada, como dice la canción de García; en la historia sin fisuras, todos somos hermanos y el presente es una incesante cantinela de buenos augurios.

III
¿Cuál es el problema de crecer recordando qué fue nuestro pasado? ¿Qué sucedió, quiénes participaron, cuáles fueron las causas de los sucesos ocurridos? ¿Es necesario inocularnos dosis de olvido como si nos pusiéramos una vacuna contra algún tipo de enfermedad?
Cuando leo las palabras de un presidente latinoamericano o escucho las frases pulidas y masticadas de una intelectual como Sarlo sobre la historia, me pregunto si en sus vidas comunes y terrestres harán ese tipo de elecciones vitales. Quiero decir: siempre consideré que uno es el mismo en las diversas manifestaciones en las que incurre, es decir, si yo soy un desgraciado en el trabajo, un mal tipo, seguramente lo sea en el resto de mi vida, con mi familia, en la escuela o en la Universidad, etc.; de la misma forma que si uno es buena persona, esa condición no está circunscripta a una situación en particular, sino que es una buena persona en todas la situaciones por las que atraviesa.
Entonces, Piñera o Sarlo, en sus vidas, ante algún inconveniente, problema o tragedia que los implique, ¿serán de los que olvidan para poder continuar ilesos por el camino? ¿Harán borrón y cuenta nueva? ¿Le dirán a los suyos que el pasado es un cántaro de bondades, donde la felicidad y la armonía reinaban como en una especie de aldea ficticia? O, más sinceros pero igual de cínicos, les dirán ¿es mejor no hacer muchas preguntas por el pasado; es algo que ya pasó y, por más aleccionador que pueda ser, por ser igual de doloroso, es mejor dejarlo atrás y dedicarse a pensar en el presente?

IV
Los usos de la memoria o los usos del olvido. Está claro que la cuestión es un interrogante que no puede ser saldado así nomás. Es una cuestión, decidida y profundamente política, puesto que involucra al conjunto de la sociedad. Es la sociedad, el colectivo social compuesto por todos nosotros, el dueño, heredero y responsable de ese pasado. Es nuestro derecho y, también, nuestra obligación velar por él. Querer maquillarlo para que no nos hable de nuestras tragedias, querer disfrazarlo para que su voz no retumbe en nuestras entrañas, sino que sea más bien como un susurro gentil que nos habla de paraísos por venir, sin sustancia ni sustento, es el error de los pueblos mutilados, de los pueblos sin sentido histórico que parecen más una sucesión de hechos desafortunados que una historia de luchas, contradicciones y proyectos de emancipación. Cuando el relato es el de otro, no sólo la voz te quitan, sino también la historia, la identidad.
Si hay algo interesante que ha puesto en evidencia el kirchnerismo es que un país, un colectivo social, crece cuando los hechos que lo preceden son puesto a la luz, como una herida que necesita curarse con el aire y los rayos del sol. Un país no crece yendo por la banquina de su historia, no avanza si está amputado de su pasado y de su voz sino, justamente, un país crece cuando los hechos que lo alumbran son, más allá del grado de tragedia que conlleven en sí mismos, aquéllos a los que arribaron en la búsqueda de justicia. Ahí hay riqueza. Lo contrario es esconder debajo de la alfombra. Tarde o temprano, mal que nos pese, eso sale, eso aparece. Y no pide permiso.

V
Recordando las palabras del presidente de Chile respecto de lo que espera para los festejos de su país (una unidad forzada por el relato de una historia mutilada), sólo me queda recordar los días de mayo y preguntarme: ¿esa fiesta fue producto de una operación del gobierno (un modo de contar la historia, por ejemplo) o fue el resultado de un proceso (doloroso) de maduración y crecimiento, un proceso surgido a la luz de la búsqueda de la verdad sobre lo que somos a partir de lo que fuimos? En otras palabras: ¿somos mejores a pesar de nuestro pasado o lo somos cuando comprendemos lo importante que es nuestro pasado como una parte constitutiva de nuestras vidas?
Al final, como es de esperar, con la historia sucede siempre lo mismo: nos acercamos cargados de interrogantes -esa es la forma en que nos relacionamos con su cuerpo- esperando encontrarnos con las respuestas indicadas y, como saldo, no nos llevamos más que otra cantidad de interrogantes. Ahí es cuando nos damos cuenta que las respuestas no eran tan importantes como sí lo eran las preguntas. Ahí, imaginamos, estuvo la ganancia.

Amigo Piñera, no tema en plantear lo que hace falta, seguramente de esa faena, tanto usted como su pueblo, saldrán más integrados, unidos y fuertes para lo que viene.

jueves, 10 de junio de 2010

Hay un fusilado que vive

"Enunciar significa producir"
Mallarmé
I
Toda historia comienza con un hecho imposible. Algo inasimilable, que excede el propio relato y al cual, a medida que avanzan las oraciones, tratamos de dar sentido. Milagros, resurrecciones, batallas cuya victoria era de antemano improbable pero que finalmente cedieron su equilibrio en favor de los desaventajados; las historias tienen un mito de fundación que las cubre de un aura particular, como una capa que las impermeabiliza ante las erosiones del tiempo. Sólo así sobreviven y sólo así nos interpelan: a partir de un hecho que, en apariencia, resulta imposible.
“Hay un fusilado que vive”, nos cuenta Rodolfo Walsh que le dicen. Un muerto que habla. Es una “historia increíble” pero que él cree “de inmediato”. Un buen comienzo para una historia, pensamos. Una historia que, en principio, cambia hasta al propio Walsh, quien para escribirla debe modificar su identidad (en los papeles) y que termina, finalmente, modificando todo su andamiaje de creencias.
Esa historia remite a los días que van del 9 al 12 de junio de 1956: el levantamiento trunco del General Valle contra la autodenominada “Revolución Libertadora” y los fusilamientos de José León Suárez. La frase Walsh la escucha 6 meses después y es el preludio a una de las obras más importantes de la literatura argentina: Operación Masacre.

II
“Hay un fusilado que vive”. ¿Hay alguna frase que haya retornado tantas veces como esta en la política argentina? Aunque bajo distintas formas, con otros signos, escondida en otro lenguaje, adornada con diversos oropeles o despojada de todo ornamento hasta volverse imperativa, ese imposible (“el fusilado que vive”, “un muerto que habla”) ha sido una constante de nuestra historia reciente. Al menos, la que va desde mitad del siglo pasado hasta nuestro presente.
La voz de un muerto es, en cierta medida, la voz de la que hablan los libros de historia. La Historia, justamente, es el sepulcro final de nuestros muertos: allí no hay manera que nos dañen. En cambio, un “muerto que habla” es un imponderable que no tiene sepulcro, una voz presente en su propia ausencia que retumba como un eco, que desborda las orillas del texto. No hay libro de historia para un muerto que vive, justamente porque es imposible que tal sujeto exista. Los muertos, están muertos; no hablan, se descomponen. Sin embargo, la historia de nuestro pueblo, de un pueblo que debe resistir su prohibición, su mudez, su injusticia, es relatada por un muerto que habla, por una voz imposible de apagar y, mucho menos, de asir y sujetar en un texto de historia.

III
De “un fusilado que vive” a “aparición con vida”, la frase que las Madres repetían mientras circulaban por la Plaza de Mayo, la historia de un pueblo resistiendo que se expresa a partir de las voces de aquéllos que quisieron silenciar, en la noche del basural, en el invierno de la Dictadura, o en la expropiación de la palabra (nuestra actualidad) sigue corriendo, sigue haciéndose. Su propia particularidad es el hecho de que no concluye: todavía hoy gritamos “aparición con vida” y sentimos que los fusilados nos hablan; todavía hoy buscamos el fruto de su simiente, la continuación de sus vidas, las mismas que los integrantes del pelotón del basural de la historia desearon, pero sin éxito, apropiarse y callar.
Dicen que "la política es el arte de lo posible". Creo, sin embargo, que lo correcto sería decir que la política es el arte de hacer posible lo imposible. “Un contrasentido”, me dirán los dueños de un lenguaje lógico atado a los axiomas de lo conveniente. “Sí, justamente”, les respondo: el contrasentido del que nace toda política, la posibilidad de que el fusilado viva, de que los desaparecidos-asesinados se nos aparezcan-con-vida, de que las voces silenciadas rompan los tímpanos de “lo posible”.

IV¿Es Livraga el fusilado que vive? ¿Es su voz la que todavía nos trae el viento? ¿Es el propio Walsh el fusilado que vive? ¿Es él, con otros 30 mil más? ¿Es la de 400 chicos que todavía gritan por su identidad, silenciados -en apariencia- por la mentira? ¿Es la de los miles de chicos que empiezan a ver que su realidad puede ser diferente? ¿Es la de las madres de esos chicos que empiezan a ver que otra vida para ellas y sus nenes es posible? ¿Es la de los que todavía faltan, a los que todavía no se llegó? ¿Es la de aquélla señora que lloraba, y yo con ella, cuando le di la noticia de que era jubilada? ¿De quién es la voz que nos trae el viento y nos dice a la oreja, en un susurro suave y dulce, apasionado y alentador, “estoy vivo”?

viernes, 4 de junio de 2010

8 Tesis sobre los Reventados

Sigo con mi hipótesis enunciada –implícitamente- en el anterior post: “El reventado, como una forma de ser, es la que triunfó en el ciclo 1974/2008”. Hoy, la madre de todas las batallas no es contra un grupo en particular sino contra una forma de entender y hacer el mundo. La forma en que hacemos política (a corto plazo), la forma en que se presentan las nuevas condiciones del trabajo (flexibilidad), la forma en que construimos nuestro relato (sin memoria colectiva).

Van aquí las 8 tesis sobre el reventado. Una primera forma de acercamiento:

I. Su única ley es la del instante, la de la oportunidad

El reventado no tiene una estrategia ni planifica un esquema de operaciones; el reventado está agazapado como un cazador furtivo, al acecho de su presa, “la oportunidad”. Tiene poco tiempo para apresarla y hacerla suya, de modo que sus movimientos son rápidos. El reventado gana en velocidad, “te copa la parada”. Hace de su falta de equipaje una virtud que le permite primeriarte la ocasión

II. El reventado no tiene ideología

Para el reventado la ideología es un equipaje pesado, que te propone un modelo de pensamiento siempre rígido al que vos aggiornás a la realidad. En cambio, el reventado no quiere aggiornar la realidad a ningún pensamiento sino, él es flexible, se acomoda a cualquier situación de manera tal de poder sacar ventaja. El reventado no quiere estar atado a nada que le quiete velocidad. Hay que tener siempre presente que su Ley es la del instante

III. Su mundo es el del “corto plazo”

No existe el “largo plazo” en el ideario del reventado. Pensar en esos términos requiere de un compromiso a futuro, de la búsqueda de objetivos que no se encuentran al alcance de la mano. En cambio, en el “corto plazo” del reventado todo es para aquí y ahora, el objetivo es ya.

IV. El reventado desdeña de la memoria

Toda memoria se compone de un relato, de un conjunto de costumbres, de una identidad de larga duración que el sujeto elabora en función de lo que le ha sucedido en la vida, pero siempre con un denominador común, con rasgos que la identifican sobre cualquier otro relato. El reventado, en cambio, es una suma de episodios y fragmentos cuya única conexión es la posición que se ocupa en el tablero en el momento de la oportunidad (haber estado en el lugar correcto, en el momento correcto).

V. El reventado no conoce la lealtad ni el compromiso

Tanto uno como el otro se establecen en relaciones duraderas, en la búsqueda de objetivos comunes. Uno no puede comprometerse con la contingencia del instante y la lealtad es, para el reventado, tan restrictiva como la ideología y la memoria. Son como el sobretodo en un día de calor: le pesan, no le sirven, no se puede mover con comodidad. Su equipaje es liviano, en su mochila lleva lo imprescindible, un cepillo de dientes y una muda de ropa

VI. El reventado prioriza las elecciones individuales por sobre los proyectos y acciones colectivas

Al ser el instante su única Ley, no tener ideología, vivir en un mundo cortoplacista, sin memoria, ni lealtad ni compromiso, es evidente que los proyectos colectivos son una pérdida de tiempo. Son una barrera a franquear, un obstáculo que le puede impedir cazar su presa en el único momento en que ésta asoma su cabeza entre los matorrales. La elección debe ser individual, no estar atada a nada ni nadie

VII. Sus armas son la velocidad y la flexibilidad

El reventado es liviano como una pluma y flexible como un chicle. Se estira y se moldea. Su campo de operaciones es el de la incertidumbre. Ahí se siente como en casa. Cuenta con una cartera llena de tretas y sus tácticas son irregulares. Su único plan es ser rápido y certero en la primera oportunidad que se le presente. Tiene una gran creatividad, puesto que debe resolver una encrucijada en cuestión de segundos.

VIII. El modelo de razonamiento del reventado es el de la metis

Aquí nos ponemos más teóricos. La metis es una “categoría mental”, no una noción, que se utilizaba en la Grecia antigua para diferenciar una forma de comprender, una forma de razonar, con diferentes parámetros, no tan lógicos y matemáticos como los que conocemos los occidentales. Marcel Detienne y Jean Pierre Vernant han escrito un libro al respecto, Las artimañas de la inteligencia, en el cual nos dicen: La metis es una forma de inteligencia y pensamiento, un modo de conocer. Implica un conjunto complejo, pero muy coherente, de actitudes mentales y de comportamientos intelectuales que combinan el olfato, la sagacidad, la previsión, la flexibilidad de espíritu y la simulación, la habilidad para zafarse de los problemas, la atención vigilante, el sentido de la oportunidad, habilidades diversas y una experiencia largamente adquirida. Se aplica a realidades fugaces, movedizas, desconcertantes y ambiguas, que no se prestan a la medida precisa, al cálculo exacto o al razonamiento riguroso”. El reventado es cien por ciento pura metis.

Todos tenemos algo de reventados en nuestra propia herencia. “La nostalgia del 1 a 1”, como me dijo un amigo. Siempre resulta más fácil luchar contra otro y, mucho mejor, si ese otro es pasible de delimitar. Uno a uno, como en el barrio. A las trompadas. Mucho más difícil es luchar contra la niebla, más aún si es parte de uno mismo.

Sigo pensando que estamos a mitad de camino entre dos épocas, entre el duelo y el parto. En pleno quilombo. Nunca me he sentido mejor.

martes, 1 de junio de 2010

La decadencia de los reventados o cómo decir algo de los 90'



Como dijo Desiderio, perdimos los radicales pero ganamos los peronistas (...)

Siempre al costado Vitaca, uno tiene que subirse al carro y chau.

Si no te hacen lugar, hacételo de prepo, heróico,

como Tarzán, en pelotas y a los gritos

Jorge Asís, Los Reventados (1974)


En un excelente post se planteó la siguiente pregunta: ¿cuándo terminaron los 90’?. De por sí ya es una pregunta que condiciona, en cierta medida, la respuesta, ya que da por sentado que terminaron y sólo falta ponerle una fecha. La pregunta debería ser, por ende, doble: ¿terminaron los años 90’? Y si la respuesta es afirmativa, ¿cuándo terminaron? Sin embargo, esto no me termina de cerrar. Creo que hay una pregunta previa que es necesario contestar (o al menos intentar tener una aproximación a una respuesta que nos permita avanzar) para poder responder éstas dos. A saber: ¿qué decimos cuando hablamos de los 90’, qué significan realmente para nosotros?

En pocas palabras, creo que los 90’ son el ascenso al poder de “los reventados”. La culminación de un ciclo que comienza a principios de la década de los 70’, alcanza su cumbre más alta a mediados de la década de los 90’ y de ahí comienza un descenso sinuoso y calmo hasta la picada final y apresurada en donde choca, abruptamente, contra una realidad hostil que dejó de vivar el ideario reventado, para comenzar a preguntarse y ahora qué hacemos. Esto es: el 19 y 20 de diciembre de 2001. El umbral entre este final y una nueva época que todavía debe ser pensada y que reclama a gritos los conceptos para ello, es el que va de diciembre de 2001 a mayo de 2003 (25 de mayo de 2003 para ser más precisos).

Pues bien, ¿qué son los reventados?, se preguntarán. Y ¿por qué este ciclo de casi 30 años? Los Reventados es una novela de Jorge Asís (el reventado por excelencia) publicada en el año 1974. En el especial año de 1974 que, según la memoria estadística de este país, es el año con menor desocupación, menor pobreza y cero indigencia de nuestra historia. Es decir un año de pleno empleo, de producción, de consumo. Después veremos qué significa esto en el ciclo reventado. Volviendo a la novela: ésta cuenta la historia de un grupo de personajes que intentan “salvarse” vendiendo póster de Perón en el día de su regreso –truncado- a Ezeiza. En el inicio de la novela se nos dice claramente qué son los reventados: “Reventados (sin un peso en las faltriqueras, sin siquiera poder salir a la calle, eternamente en la oficina fumando los cigarrillos que la noviecita de Willy les había obsequiado la noche anterior, mirándose, deletreando ocasionalmente algunas palabras tal vez salvadoras, algunas ideas que los rescataran del precipicio, esbozando alguna posibilidad de salvación, las posibilidades más delirantes, una revista sobre magia, algo sobre el prode, una campaña de publicidad), Willy y Cristóbal pasaban las horas”. O: “... uno siempre vive a la deriva, dispuesto, preparado para salvarse”.

Los reventados son los cazadores furtivos al acecho de la presa, del instante fugaz que corresponde a toda oportunidad. Siempre dispuesto a pegar el zarpaso para salvarse. Hay un sentido del olfato, una agudización de la vista. No hay un pensamiento racional que lo sustente ni un programa, tampoco una ideología, hay más bien un pensamiento corporal, instintivo. Una astucia.

Creo que para comprender este ciclo de ascensión del reventado, lo mejor es interrogar el derrotero del propio Asís. Veamos: Jorgito comienza su militancia política en el PC. Esta novela que hoy estamos tratando es publicada por la revista Crisis (una de las mejores revistas que tuvo el país, sino la mejor). Obtuvo además la Primera Mención del concurso de Casa de las Américas de 1974 (un premio que tuvo, entre otros, el gran David Viñas). A partir del año 76’ comienza a ser parte del Diario Clarín. Como un reventado sin ánimo de esconder ningún amague, nos dice que le dicen: “Tenés que ser el orificio por donde respira el diario, el Clarín”. Casi con claridad, y está contado en otro libro mío, Diario de la Argentina, me dicen: “Nosotros estamos con el proceso militar en lo político pero estamos en contra del equipo económico Martínez de Hoz”. En aquel tiempo estaban los desarrollistas, frigeristas, con el control ideológico de Clarín, todo lo que sea crítica a la cuestión económica era bastante bienvenido porque el desarrollismo aspiraba a quedarse con la parte económica del proceso. Todas estas cosas, que yo las entiendo después, pero en ese momento, para mí era un laburo que me salvaba. (la cursiva es mía). Ya en 1984, en plena fama gracias a Flores robadas... escribe su novela sobre Clarín (Diario de la Argentina) en la cual rompe directamente con el Diario y a partir de ahí empieza su época de ostracismo hasta que finalmente, como en un manotazo de ahogado digno de un reventado con todas las letras, se “reconvierte a la política”: “Pero con la política –nos dice–, en muy poco tiempo, otra vez otro gran salto mío, termino como Su Excelencia en París”.

De militante del PC, premiado en Casa de las Amércias, Cuba, a embajador en París y Secretario de Cultura con Menem. Este viaje más que interesante es una expresión, un reflejo concentrado, del ciclo de ascensión del reventado al poder en la Argentina.

A través de esta sucinta síntesis he intentado dar una respuesta a lo que creo yo que simbolizan los 90 como época. Una época signada por fuertes variables políticas y económicas pero también culturales. Que se inicia en un momento donde el país está muy bien económicamente, donde se comienza a concretar la vuelta de Perón y donde la cultura pop está en pleno auge. De ahí en más: Dictadura, la bicicleta, la vuelta a la democracia, la Coordinadora, los Capitanes de la Industria, Clarín siendo más que un Diario, la híper, Menem (el pico más alto del ciclo), Clarín ya siendo el gran multimedia, y la Alianza. Todo eso termina de explotar en diciembre de 2001.

¿Terminaron entonces los 90’? Yo creo que sí. Aunque no creo que el reventado haya conocido todavía su ocaso. Estimo que esa posibilidad todavía es remota, ya que mantiene sus raíces muy hundidas en la tierra. Tardará un tiempo estimable en diluirse como una helada braza. Sin embargo, creo que ya ésta figura no gobierna, por la simple razón que los canales de discusión y de acción antes obturados han comenzado a perder toda la mugre que no los dejaba fluir. Si el umbral que separa una época de otra lo ubico entre diciembre de 2001 y mayo de 2003, me parece que junio de 2008 es la fecha en que esta nueva época, todavía por ser transitada y pensada, comienza a tomar forma. A partir de la derrota el kirchnerimo, se me ocurre, encontró su propia identidad. Y en esa identidad, el reventado ya no tiene lugar: no porque se haya dejado de jugar por todo o nada (eso está más vivo que nunca) sino porque los objetivos de ese todo o nada, han cambiado radicalmente.

viernes, 28 de mayo de 2010

Clima de época

Sólo puedo agregar que cuendo era chico, mis profesores no hablaban así (y dudo que así pensaran...)

Discurso del Bicentenario de la Revolución del 25 Mayo de 1810

Escrito y leído por Federico Belzunces, Profesor de Historia, el 24 de mayo de 2010 en el acto Municipal en conmemoración por el Bicentenario de la Revolución de Mayo en Mercedes, Provincia de Buenos Aires

Naturalmente en 200 años de historia podríamos rescatar múltiples opciones para pensarnos en nuestro pasado, o mejor dicho, en la construcción que hemos hecho de nuestro pasado. Tomaremos aquí la Revolución de Mayo de 1810, el festejo del centenario y nuestro bicentenario, pensados a través de tres ejes que hemos seleccionado: los pueblos originarios, los trabajadores y la unidad Latinoamericana.
Comencemos por la Revolución de Mayo de 1810.
Si hay una identidad que estaba presente entre los revolucionarios, era su identidad americana, la cual intentó materializarse en la realización de un Gran Estado Latinoamericano. Así, dudaba y se preguntaba Mariano Moreno 6 de diciembre de 1810 en la Gaceta de Buenos Aires:
“Pero ¿podrá una parte de América por medio de sus legítimos representantes
establecer el sistema legal, de que carece, y que necesita con tanta urgencia; o
deberá esperar una nueva asamblea, en que toda América se de leyes a sí misma, o
convenga en aquella división de territorio, que la naturaleza misma ha
preparado?”
Esta empresa de un Gran Estado Americano, se tornaría rápidamente imposible, dada la dificultad de comunicaciones y la diversidad de intereses que mostrarían los acontecimientos de la revolución. Imposibilidad que se manifestará más claramente en la hostilidad a la revolución que mostrarán algunos focos de resistencia. Así lo expresó Manuel Belgrano en su campaña a Paraguay, donde esperaba un gran apoyo a la revolución:
“Se pasó (…), y nuevas casas abandonadas, y nadie aparecía: entonces ya no me
apresuré a que las carretas siguiesen su marcha, ni tampoco el general Rocamora,
porque veía que marchaba por un país del todo enemigo, y que era preciso
conservar un camino militar, por si me sucedía alguna desgracia, asegurar la
retirada.”
Donde Belgrano esperaba un gran apoyo, sintió estar en “un país del todo enemigo”. Resignado, Mariano Moreno reconocía que “es una quimera pretender que todas las Américas españolas formen un solo estado”.
Pero si el americanismo fue uno de los rasgos distintivos de la Revolución de Mayo, tendrá otro asociado a éste, el filo-indigenismo. Es decir, la defensa de los pueblos originarios como corolario de la condena al orden colonial y la reivindicación de los derechos naturales que deberían garantizar la libertad y la igualdad para todos los habitantes de América. La expresión morenista de la revolución viajará al corazón del gran Imperio Inca, ahora devenido en una factoría del Imperio Colonial Español, con la campaña militar de Juan José Castelli. El mismo expresará en las ruinas de Tiauhanaco el 25 de mayo de 1811, sosteniendo frente a los indios:
“En este caso se consideran los naturales de este distrito que por tantos años
han sido mirados con abandono y negligencia, oprimidos y defraudados en sus
derechos y en cierto modo excluidos de la mísera condición de hombres que no se
negaba a otras clases rebajadas por la preocupación de su origen. Así es que
después de haber declarado el gobierno superior con la justicia que reviste su
carácter que los indios son y deben ser reputados con igual opción que los demás
habitantes”
Y luego, sobre el final del discurso, agrega:
“Todo nacional idóneo, sea de la clase y condición que fuese” puede optar a
cualquier destino o empleo de que se considere capaz.
Los relatos sobre el trato de Castelli a los indios, no dejan duda sobre cuál era el espíritu de la revolución. El Coronel José León Dominguez señala, por ejemplo, que:
“los recibía benignamente, los acariciaba, alzándolos del suelo donde se postraban según su antigua costumbre, los abrazaba y decía que éramos hermanos e iguales”
Pero como toda revolución, no fueron sólo discursos e ideales, además se intentó volcar el ideal en leyes, en medio de una situación militar y política extremadamente compleja.
A solo tres años de iniciada la revolución y con una extensa guerra por delante, la asamblea de 1813 no lograba formular una constitución, ni declarar la independencia; primaba entonces una cierta moderación. Sin embargo, dejaba algunas medidas muy relevantes, que marcan de alguna manera lo que ya era el “espíritu revolucionario”. Así, la Asamblea del año XIII declaraba la “libertad de vientres” por la cual los hijos de los esclavos, nacidos a partir de ese momento serían libres. En el mismo camino, suprimía la mita, la encomienda y el yanaconazgo, formas de trabajo forzado que recaían sobre los indios y que constituían el corazón del sistema de explotación colonial, además de todo tipo de castigos físicos a los mismos. Por último, entre otras medidas, abolía los títulos de nobleza.
En suma, en los orígenes del estado argentino, en la revolución que inició el largo camino de su creación, encontramos una vitalidad creadora orientada a la integración de la Provincias Unidas del Río de La Plata en un Gran Estado Latinoamericano. Al mismo tiempo, los ideales de la revolución, no eran sólo la independencia del Imperio Español, sino la realización de los derechos naturales propios de la ilustración, en un orden racional que garantice el fin de la esclavitud y de toda forma de explotación sobre los indios.
Si la realización de un Gran Estado Latinoamericano se mostró imposible, la integración de los pueblos originarios a la nueva nación verá cerrar sus posibilidades frente a un grupo dirigente que los encasilló en el mote de “salvajes”. Así y todo, la esclavitud vio desaparecer su existencia a mediados del siglo XIX, siendo uno de los primeros estados americanos en lograrlo.
Pasemos entonces a 1910, es decir a los festejos del centenario, a cien años de la Revolución de Mayo.
Allí, nos encontramos con una clase dominante que reafirmaba su confianza como sector dirigente del estado, no sólo en la reafirmación de su pasado inmediato, sino en la perspectiva de futuro que se construía el orden conservador.
En este marco, los grandes festejos muestran a una clase dominante triunfante, con el optimismo de un destino manifiesto, donde el estado argentino ocuparía un lugar privilegiado en las grandes naciones del mundo. Esta clase podía exhibir, como resultado de su programa, la construcción del estado nacional argentino y la construcción de una nación.
Al mismo tiempo, la economía argentina se insertaba en el mercado mundial atrayendo capitales y brazos para labrar la tierra y trabajar las haciendas. Capitales, industrias, trenes e inmigrantes integraban económicamente un territorio que, a duras penas, lograba unificarse.
Sin embargo, el éxito que se ostentaba desde el estado estaba lejos de ser colectivo. La clase dominante se sostenía mediante el fraude electoral, quedando vedada la participación política para la mayor parte de la población. Los trabajadores carecían de todo tipo de derechos y sus condiciones de vida eran extremadamente precarias. El mismo estado que se presentaba tolerante, abierto al progreso y recibía una de las mayores aleadas inmigratorias del mundo, al mismo tiempo, condenaba al exterminio y a la humillación a los pueblos originarios.
En definitiva, los esfuerzos de la Revolución de Mayo por combatir las injusticias sociales, se verían esfumados por una clase dirigente que veía en el estado tan sólo un instrumento de orden para garantizar sus negocios. La integración Latinoamericana quedaba a un lado, ya que el país se mostraba demasiado exitoso mirando a Europa, que ahora pasaba a ser el modelo a imitar. En este marco, no quedaba lugar para los pueblos originarios. El estado Argentino olvidaba los principios de la revolución y llevaría adelante uno de los exterminios más cruentos de nuestra historia.
Llegados a este punto, cabe preguntarnos por el presente.
A cien años del centenario y doscientos años de la revolución de mayo, palpamos una realidad muy diferente al futuro que pensaron los conductores del estado argentino en 1910. El bicentenario nos encuentra en el esfuerzo colectivo de escapar de un ciclo de crisis económicas que han arrastrado con muchos de los logros que, no sin costos, hemos conseguido. No tenemos hoy grandes monumentos para ostentar, el futuro se nos presenta menos claro y la sociedad argentina sufre una de las peores fragmentaciones de su historia.
Sin embargo, las crisis implican sinceramientos y oportunidades. La decadencia de la clase dirigente que llevara las banderas del centenario, nos reconoció mejor en un país que es más Latinoamericano de lo que ingenuamente creíamos. Paradójicamente, el reconocimiento de nuestra humildad y de nuestros puntos comunes con los problemas de las restantes naciones de Latinoamérica nos permitió iniciar un camino de integración que nos ayuda a salir de la crisis, mientras las economías del primer mundo a las cuales tendríamos que imitar, se hunden en un nuevo ciclo recesivo.
A las claras, el centenario se nos presenta hoy, menos como la realización de un estado independiente, que como el manifiesto de un nuevo pacto neo-colonial.
A diferencia del centenario, hoy los trabajadores cuentan con múltiples derechos que les habían sido negados en el 1900, y que actualmente son una de las herramientas fundamentales en la cotidiana lucha por una mejor forma de vida. A diferencia del centenario, Buenos Aires presenció una multitudinaria marcha de los pueblos originarios reclamando un estado plurinacional, una nueva relación con el estado que históricamente tuvo con todas las naciones del mundo, menos con aquellas que milenariamente trabajaron nuestra tierra. Acto que marca una falta, un lado oscuro, no sólo del estado, además de nosotros mismos, pero que simultáneamente debe enorgullecernos, porque fueron recibidos por la autoridad máxima de la nación, porque encontraron un contexto favorable, para que esa marcha sea posible, para que tenga sentido. Porque quizás hoy, que nos hemos sincerado como Latinoamericanos, como mestizos, es la marcha de nosotros. Porque justamente, esta marcha no fue posible en los festejos de 1910, simplemente porque no fueron reconocidos como parte de esa nación que se lucía exitosa.
Hoy, formamos parte de los festejos, los jóvenes, los ancianos, la cultura en todas sus formas, los trabajadores, las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo, los soldados de Malvinas, las diferentes colectividades que conformamos la nación y también la fuerzas del estado. Hoy somos parte de nuestros éxitos y de nuestras dificultades y no simples espectadores de un lujo monumental que nos excluye.
Finalmente, debemos asumir los desafíos que el presente nos plantea, debemos dilucidar las oportunidades que naturalmente abren las grandes crisis. Para ello no es necesario buscar recetas mágicas, sino indagar en nuestro propio pasado todo aquello que hemos podido resolver.
No es difícil pensar que los desafíos de nuestra nación están en su misma esencia, como es la integración de un numeroso fragmento de nuestra población que vive en condiciones de pobreza y marginalidad extremas. Como es la desigualdad estructural, la deserción escolar y la desocupación, inimaginables a mediados del siglo XX. No es difícil pensar que la resolución de estos nuevos desafíos generará nuevas tensiones y contradicciones que tendremos que resolver, pero ahora sí, sin fraude electoral, sin represión y sin dictaduras, sino, en el marco de una joven democracia, que no sin dificultades, supimos conseguir, y que no por ser joven, no deja de abarcar su período más extenso.
Supimos ser también una nación que ha superado sus peores miedos, que en sus contradicciones, ha integrado a ciudadanos de todo el planeta en las peores condiciones.
Ahora nos toca mirar para adentro, ahora tendremos que superar nuevos miedos y prejuicios y generar una nación, un país, para todos. Ahora tendremos que resolver el problema de la desigualdad, la pobreza extrema y la falta de trabajo. Ahora tendremos que garantizar lo que nunca dejamos de ser, un estado plurinacional, que marque una nueva relación con los pueblos originarios. Ahora seguiremos el camino de 1810, para integrarnos plenamente en una Gran Nación Latinoamericana. Ahora no es el tiempo de los otros, ahora no somos espectadores de los festejos como en 1910, ahora es el tiempo de nosotros.
En este tiempo, los desafíos de la Revolución de Mayo cobran nuevo sentido. Hoy, como nunca, esa Gran Asamblea Latinoamericana que hipotetisó Mariano Moreno en 1811, encuentra las condiciones materiales y políticas para su realización. Hoy como nunca, se han manifestado los pueblos originarios por sus derechos. Hoy, nuevamente, nos encontramos ante los desafíos de la inclusión social, sin la cual no seremos nunca una nación.
Hoy como nunca… ¿Aceptaremos el desafío? ¿Renunciaremos a los rasgos inclusivos que alguna vez nos definieron en nuestra historia? ¿Nos encontrará el futuro en una gran armonía social y Latinoamericana?
Hoy, como en 1810, la historia somos nosotros. Hoy, como en 1810, la historia está en nuestras manos…
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