Yo no sigo el camino de los antiguos
busco lo que ellos buscaron
Basho
Recién estaba viendo el programa de Grondona -Mariano para los amigos- y, debo confesarlo, me divertí mucho con la situación “del piso”. Quiero decir: hace ya un tiempo que uno, cuando ve este tipo de programas, se divierte más de lo que se calienta. Antes las estrategias discursivas eran más sutiles porque se escondían en el entramado discursivo de una sociedad dispuesta a ingerir más que a digerir, y entonces no hacía falta “ir tan al frente” como ahora le toca al Dr. Antes, hasta parecían críticos cuando en realidad lo que hacían era su papel en lo que previamente se había guionado. Ahora, en cambio, deben ir al frente como autitos chocadores y despojar a sus discursos de cualquier ornamento o disfraz. Es gracioso cuando Grondona, por ejemplo, le dice a una alumna que toma su Escuela en la Ciudad en reclamo por la realización de las reformas pautadas en el presupuesto, “¿Ustedes le harían esto a Kirchner? Porque siempre se lo hacen al pobre Macri”. Cuando uno escucha eso, cuando uno ve cómo la falta de sutileza pone en cruda evidencia la posición desde la que se habla, es cuando pienso en lo bien que estamos yendo. Mientras más directo, mejor.
Pero no era sólo esto lo que me causaba mucha gracia en el programa de Grondona, sino toda la puesta en escena de dos alumnos, uno en contra de las tomas y otro a favor, con sus respectivos padres discutiendo sobre la estrategia política y, si se quiere, sobre la política misma. Me causaba gracia, en principio, las argumentaciones de uno de los padres, el que estaba en contra (el otro muy dignamente reconoció que fue su hija la que le abrió los ojos). Pero también la postura de Grondona y, con la de él, la de todos los periodistas, políticos, padres, etc., que han estado hablando de la “juventud” y “la política” en estos días. “Se politiza el conflicto”, “atrás de esto hay intereses partidarios”, “la juventud debe dedicarse a estudiar” y otras cosas por el estilo hemos escuchado o leído invariablemente en las últimas semanas. Y, hay que decirlo con todas las letras, hay aquí un conflicto sumamente interesante: al utilizar ambos conceptos, el de política y juventud como dos entes opuestos, enemistados diría yo, han dado en el corazón de nuestro tiempo.
II
En este conflicto, el que nos presentan entre política y juventud, se anudan los problemas de nuestro presente y, muy presumiblemente, los de nuestro futuro. En primer lugar, porque se está tratando a “la política” como algo negativo. Esto no es nuevo, desde ya. Pero vale recordar que justamente es el discurso que hizo que Macri asumiera como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y como un candidato importante en las presidenciales de octubre de 2011. Si bien ya se ha escrito sobre el tema, y mucho, hay que decir que esa postura sigue siendo efectiva y produciendo sentido al interior de la sociedad. Al otorgarle un sesgo negativo a la política y asociarla con la juventud, como algo que no debería ser “corrompido” por ésta última, no sólo se está maldiciendo a la política (vaciándola de sentido) sino que se está insinuando que la juventud es algo bueno! Flor de estupidez si las hay! Cómo puede ser buena una época en la que empezás a ver cómo se organiza el mundo (al que llegaste, ese que organizaron otros por vos)y donde todas las chances para intentar hacer algo a tu favor sean vistas como una “acción” propia de la edad. Una época así nunca puede ser “buena”.
Pero lo que hay que decir es que también es una estupidez seguir discutiendo este conflicto y utilizar la categoría de “juventud” todo al mismo tiempo. Si queremos avanzar en esta historia, debemos deshacernos de esa categoría. Es demasiado sociológica, nos puede servir para un censo, pero no para esta discusión. Aquí lo que estamos viendo, más que a la juventud, es cómo una generación está tomando la palabra que le fue sustraída a otra. La toma de la palabra, la recuperación de una voz, es el acto político más gratificante de estos últimos tiempos. Y no es este conflicto, el de la toma de las Escuelas, el detonante sino sólo una expresión más de esta situación generacional.
Y aquí viene la otra cuestión. Como se dijo, la idea de juventud es demasiado reduccionista puesto que está asociada a una franja etaria sin tener en cuenta lo diversa que esa franja puede ser. En cambio, con la idea de generación creo que podemos pensar en otro orden, un orden que nos permita vislumbrar por qué hay tanto lío con que “unos pibes” quieran hacerse escuchar. Una generación, entonces, no se define por la edad de quienes la componen sino por el problema común al cual se enfrentan. Fue Ignacio Lewkowicz quien dijo algo por el estilo: “Dicen que una generación se constituye a partir de un problema común. Más allá de la diversidad de respuestas ensayadas en relación con el dilema en cuestión, una generación se enlaza a partir de un problema compartido”. ¿Y cuál es el problema compartido de esta generación? Cuando Lewkowicz escribió esto en la década del 90’ su respuesta fue “pensar sin Estado”. ¿Pero hoy sigue siendo esa la respuesta?
III
Cuando desde el discurso mediático y también de buena parte del discurso del profesional de la política se asocia a la política con la juventud como un matrimonio imposible, creo que lo que se intenta expresar es justamente esa posición que fue dominante en el menemato: la juventud debe pensar por fuera del Estado, por fuera de la “organización política” y desarrollar lazos que evadan esa lógica “institucional”. Lazos, si se quiere, que se organicen a través del mercado, a través de los consumos. Comunidades, tribus, etc. Todas categorías que el mundo sociológico comenzó a utilizar desmedidamente en la década del 90’.
La juventud, entonces, pensando como si no hubiera Estado. Es decir, en definitiva, pensando que no hay lugar de poder a disputar salvo el de la Empresa, el del Jefe. Porque, en última instancia, de lo que aquí se trata es de poder. Esta generación lo que ha empezado a disputar es poder, pero poder político. Primero cuando empieza a reconocerse como un colectivo, por decir que tiene voz propia; segundo, para exigir sus derechos: quieren lo que les corresponde. Y están dispuestos a negociar, seguro, pero que no les pongan todas las condiciones. Esta generación no tiene como problema el hecho de que no haya Estado (aunque Macri represente esa postura), sino que su problema en común es la falta de “educación política” de sus padres, los hijos de los 80’ y 90’. Su problema en común, aquello que “hace generación”, es el discurso que intenta escindir la política de su sentido transformador.
Y cuando digo esta generación quiere disputar poder, sé que me van a saltar con una caterva de textos de Foucault sobre el poder y su diseminación en el entramado social, su descentralización y todo eso. Yo también leí esos textos, no hace falta que me corran por ese costado. A lo que me refiero es que hemos vuelto a pensar al Estado y a la política como un lugar desde el que se pueden hacer cosas para transformar, para crear y para garantizar un mundo más digno de ser vivido. Hemos vuelto a pensar a la política y al estado no como una administración de lo existente, como una actividad de gerentes de la cosa pública, sino como un espacio en conflicto, claro que sí, pero desde el cual es posible hacer lo que se pretendía cuando se luchaba por llegar.
Que hoy sea un conflicto que esta generación nos muestre su educación política es justamente porque en se mismo acto pone en evidencia, y devuelve como un espejo, la falta de política que tiene buena parte de las generaciones que la preceden. ¿Cómo digerir que tu hijo le tomá la Escuela al tipo que vos votaste porque parecía el gerente que venía a cambiar todo, el que te decía que la política era “mala palabra” y que tenía “un gran equipo”? ¿Qué explicación podés dar a tu hijo cuando te pregunta a quién votaste, después de contarte que en la Escuela se cayó el techo y que casi le parte la cabeza a un compañero? Es doloroso, claro que sí: son ellos los que están dando una lección de la que los libros de historia, cuando mencionan similares, lo hacen con el nombre de gesta. Son ellos, la generación de la política, la que nos interpelan y nos exigen. Así crecemos. Así mejoramos. Y, en definitiva, aquéllos que intentan reducir todo a un problema de la juventud intervenida por los intereses de “los grandes”, son como la osamenta: nos advierten que pronto, no muy lejos, hay un cadáver que se está pudriendo. Todo llega. Incluso el crepúsculo, sino no habría amanecer.