La prensa escrita es el arma más grande en el arsenal del mando moderno
T. E. Lawrence, Enciclopedia Británica, para la voz Guerrilla (1929)
I
“Estamos en guerra” gritan al unísono las fuerzas vivas de la sociedad civil. Al menos parte de ella, especialmente la que se recuesta en el sofá mientras lee con incredulidad el Diario del domingo y repite con fervor toda la semana las frases perfectas que agentes de publicidad, más que periodistas “independientes”, cincelaron con cuidado. Y digo, para qué autodenominarse independiente cuando lo que se proclama abiertamente es el estado de guerra en el que se ven involucrados. “Pero no es una guerra que hayamos declarado nosotros”, me dirán. Pero haré oídos sordos, obviamente. Sólo dejo a las mujeres que me mientan y por otras razones.
Hablando de la paz, hoy leía la columna del inmutable Morales Solá y notaba cómo desde el título el periodista prepara al lector para que entre en su juego bélico: “La guerra más peligrosa de los Kirchner” (después ponen el grito en el cielo cuando Moreno hace sus squetch con cascos y guantes de juguetes) y la de Pepe Eliaschev, Twitter AK-47. Ambas, como toda nota de opinión que se precie, llena de suposiciones improbables pero presentadas como hechos tan reales como la ley de gravedad. Pero no es mi intención demostrar la fragilidad de ambas punto por punto sino traer a colación justamente el uso del lenguaje bélico en los periodistas. Unos hablan de guerra, otros de batalla, otros de ejército y algunos de soldados. Les encanta! Algunos hasta quizá rememoren viejas épocas, en donde todo era más fácil para ellos. Pero lo interesante de toda esta postura castrense, en donde las posiciones enfrentadas se presentan como irreconciliables, es la incapacidad para comprender cómo el campo de batalla ha cambiado radicalmente.
II
Es notable cómo estos viejos escribas de matutinos tradicionales, acostumbrados a acabar con todos los oponentes que han osado cruzarse en su camino, trastabillan sin embargo cuando quieren pensar el juego de la guerra en la “modernidad líquida”, en un escenario fluido y dinámico en el que las reglas mutan tanto como el producto que ellos venden cada mañana. Utilizan los mismos recursos de siempre: construir un relato que garantice, como una cuña, el sostenimiento de todo su abroquelado andamiaje, sin tener en cuenta ni la objetividad ni la veracidad. Alcanza con que parezca creíble, esa es la máxima. Confunden opinión con información y profesionalismo con empresa. Pero eso parece hoy no estar dando el resultado de siempre. De alguna manera se cuelan trozos de realidad diferente y, en muchos casos, opuesta a la que presentan como lo real en su estado bruto. Entonces la contradicción comienza a producir estragos en sus filas y la palabra, su bien más preciado, se desdibuja como si gotas de rocío se esparcieran sobre el Diario que quedó sin recoger en la puerta de casa.
Qué está sucediendo, se preguntan. Y entonces empiezan a percibir esta nueva realidad. Ya no alcanza con atacar al Gobierno de turno, ahora hay toda una “nube” de seguidores que apuntalan sus columnas y disparan sus palabras. También hay que atacarlos a ellos: no debe quedar ninguno en pie. Primero se los ninguneaba, “no los mira nadie”, decían. O “son unos cuantos pelotudos que no tienen otra cosa que hacer que escribir ficciones en sus blogs”. Pero llega un punto en que esas “ficciones” comienzan a decir cosas más interesantes que las “realidades” que el “periodismo” presenta. Entonces: guerra contra ellos también. Y ponen a todas las plumas en dirección del nuevo frente que se ha abierto. Pero tampoco logran buenos disparos: no alcanzan a ver el blanco que siempre se les presenta nebuloso y en movimiento. Al parecer, esta época de neblina presagia el Waterloo que está aconteciendo, me susurra el lado más memorioso de mi cerebro.
III
¿Cómo tratar entonces este nuevo fenómeno? ¿Dónde está su centro de gravedad para dar un buen disparo y voltearlo como un castillo de naipes? Estas preguntas resuenan en todas las redacciones y agencias de publicidad. Sin embargo, muy pocos logran acercarse a una respuesta adecuada, integral y desprejuiciada, que logre comprender realmente este fenómeno. La mayoría, como el caso de Eliaschev o de Roberts, el otro día en La Nación, son piezas forjadas al calor del odio y la ignorancia. Pretenden tratar un fenómeno que todavía debe ser pensado y analizado en profundidad con los elementos orales que mi abuelo utiliza cuando discute en el billar. La brutalidad de sus observaciones hace gala no sólo de un desconocimiento supino de las nuevas tecnologías, sino de las nuevas formas de socialización que esta etapa del mundo ha comenzado a esbozar.
Pero voy a traer a colación un ejemplo diferente, también de La Nación (ya casi no leo Clarín), que recuerdo particularmente y que recrea de alguna manera, pero de ángulos y capacidades muy diferentes, no sólo el mismo lenguaje bélico, sino también el mismo interrogante (nunca planteado abiertamente, por cierto): ¿qué hacemos con esta nueva realidad? El artículo es de Beatriz Sarlo, “La batalla cultural”, y me resulta sumamente interesante, justamente porque ella representa el arquetipo del intelectual que tiene licencia para intervenir en este espacio de la palabra con una voz presuntamente autónoma. Es el único con permiso para hacerlo, por diferentes razones, entre las cuales cabe destacar que sus declaraciones, al menos de finales del 80 para acá, resultan inofensivas como balas de salva lanzadas a miles de kilómetros.
Sarlo intenta tratar lo que ella denomina el “dispositivo cultural kirchnerista” (otros, sus compañeros de aula más burdos, hablan de ejército, soldados, mercenarios, etc.), un armado de “partes heterogéneas que funcionan de manera más o menos independiente, aunque alineadas con el Gobierno”. Dentro de este “aparato”, que “comprende iniciativas prácticas descentralizadas, aunque convergentes en sus objetivos, y una red de discursos e intervenciones que reúne instituciones del Estado, pero también formaciones de la sociedad civil”, Sarlo ubica la estrategia del Gobierno con “Fútbol para todos”, programas como 678, Carta Abierta y los “blogueros k”.
A pesar de lo poco simpática que me cae Sarlo, no por eso debo dejar de reconocerle innumerables aportes a la “industria cultural” autóctona. Siempre la he leído con mucho interés ya que sus intervenciones generalmente producen algún impacto en mí; esté o no de acuerdo con ellas, siempre encuentro algo interesante con qué dialogar. En este caso hay que decirlo con todas las letras: da en la tecla. Lamentablemente hay cierto tono en sus palabras que dejan entrever su disgusto con esta realidad que describe y analiza. No alcanza a percibir la potencialidad de esta nueva forma que adoptan los medios que distribuyen las ideas y, quizá por el tono militante o quizá simplemente por la nostalgia del mundo letrado, epistolar, que ha quedado atrás, le otorga un sentido totalmente negativo a esta novedosa situación. Donde ella ve una debilidad yo veo, en cambio, una virtud.
El punto de su análisis que más me gustaría pensar –y al que los invito- es a lo que denomina la “nube k”, los “condottieri”. Con estas formas, claro está, se refiere a lo que, a falta de mayor sutileza y poder de análisis, todos llaman “blogueros k”. Dice Sarlo al respecto: “Los blogueros y comentaristas se identifican con las formas rizomáticas de una nueva esfera virtual, donde no se es responsable ni de la injuria ni del falso testimonio. Viven del rumor que difunden y multiplican; viven también del anonimato, que es la regla que nadie se atreve a discutir. Este mundo es difícil de cuantificar”. Interesante. No por lo de la injuria, el falso testimonio o el rumor, eso es tan viejo como el periodismo, sino por lo de las formas rizomáticas, es decir, por lo irregular de las intervenciones, sin centro y con una autonomía horizontal.
IV
Sarlo está usando un esquema compuesto por términos que me hicieron acordar a un libro que leí hace algunos años, Los siete pilares de la sabiduría, de T. E. Lawrence. Este extraordinario personaje fue conocido mundialmente como como “Lawrence de Arabia”, inmortalizado en la homónima película de David Lean (1962) e interpretado por el magnífico Peter O’Toole. Pero sucede algo extraño con T.E.L y es que muchos no lo conocen y otros sólo lo conocen como una historia de película. Sin embargo es un personaje real, que existió, que fue parte de la rebelión de los árabes contra los turcos en 1916-1918 y Los siete pilares es el “diario” de esa revuelta y que fue publicado en nuestro país por un grupo tan caro a la propia Sarlo, el grupo Sur (Victoria y Silvina Ocampo, Borges, Bioy Casares y otros) en 1944 y en 1955.
Lo que siempre me interesó de Lawrence fue no sólo su historia, sino también su prosa. Cómo contó esa historia de rebelión junto a los árabes en el desierto, a punto tal de volver a ese ingobernable mar de arena que se estira hasta el horizonte en un lugar pleno de belleza. Pero hay un capítulo, el XXXIII, de ese magnífico libro en donde trata, postrado por una fiebre que lo hace delirar, un conjunto de premisas englobadas en lo que podríamos llamar la Teoría Moderna de la Guerra o la “ciencia de la guerra”. Ahí aparecen Foch, Clausewitz, Von der Goltz… y T.E.L va recreando todas las posturas hegemónicas hasta ese entonces. Pero advierte que su situación es muy diferente. Lo árabes, dice, “luchaban por la libertad y éste es un placer que solamente podía ser experimentado por un hombre vivo”. Es decir: su principal objetivo no era la destrucción del enemigo sino preservar la vida de sus compañeros mientras pugnaban por conseguir la victoria final. Su intención era ganar presentando la menos cantidad de veces una batalla real. Y es aquí, se me ocurre, cuando advierte el secreto de la cuestión: “Supongamos –dice Lawrence- que fuéramos (como podríamos serlo) una influencia, una idea, algo intangible, invulnerable, sin frente ni retaguardia, expandiéndonos como un gas. Nosotros podríamos ser como un vapor que se difunde dondequiera. Nuestro reino estaría en la mente de cada uno de nuestros hombres”.
Pensar que esto fue escrito hace casi 100 años y, sin embargo, resulta tan actual. Ser un gas, un vapor, antes que un ejército; ser una influencia antes que un imperativo; luchar para convencer más que para vencer. Creo que estas premisas son las que en realidad más la intranquilizan a Sarlo, al menos es lo que percibo por cómo cambia el tono de su experimentada prosa cuando a ellos se refiere: es la “nube k” de blogueros rizomáticos y anónimos, desprestigiados en donde ellos más cómodos se sienten, como si le dijeran bostero a un hincha de Boca pensando que con eso logran humillarlo.
En realidad, lo que la perturba, y no sólo a ella sino a toda la caterva de “periodistas que se mueren por tocar”, es cómo se han modificado las condiciones en que se difunden de las ideas. Acostumbrados a las reglas de la industria cultural que, como en cualquier industria, lleva en su seno la posibilidad de que su producto sea producido y distribuido por un solo Sujeto o Empresa (a eso llamamos comúnmente Monopolio), las nuevas condiciones de juego permiten las formas del rizoma o, como diría “el Orenz” (así lo llamaban los árabes), ser un vapor que se difunde dondequiera, al que todos tienen acceso. Golpear y correr el cuerpo. El campo de batalla es demasiado amplio para poder defender; la velocidad y el tiempo, la multiplicidad y el anonimato, comienzan a carcomer cualquier estructura, esté ésta oxidada o no.
Ya no son los intelectuales que discuten en “Ñ” o “ADN” o en cualquier otro formato consagrado por el mundo intelectual pero, a su vez, producido por esta misma instancia a la cual se intenta, con mucha delicadeza, hacer temblar, los que cobran protagonismo. En el aquí y ahora de esta nueva realidad, la multiplicidad de voces que recorren de forma inorgánica y anónima la red virtual pegan donde más duele, en aquello que se ha intentado ningunear: la información. Si los hechos que se han intentado invisibilizar salen a la luz y se multiplican lo que se empieza a resquebrajar no es sólo un discurso sobre lo real sino también la honestidad de aquél que lo produce.
V
Hoy se repite como una anécdota una respuesta que da Magnetto a Menem cuando este le pregunta, en medio de una discusión, “pero entonces lo que usted quiere es estar sentado donde lo estoy yo”, a lo que el CEO de Clarín dice: “No, ese es un puesto menor”. Esta breve historia de fantasmas, expresa muy bien cuál es la lógica de las últimas tres décadas argentinas. Primero tuvimos una Dictadura perpetrada por un Ejército profesional. Pero los costes a pagar fueron muy altos y la enseñanza fue apuntada por aquéllos que participaron de esa misma Dictadura pero sin ser necesariamente Oficiales del Ejército. Cuando ya no hizo falta sostener esa torpeza, literalmente, corrieron el cuerpo. Pero luego se dieron cuenta que no se puede convivir con otro especio que detente el mismo objetivo y que, encima, se le ocurra ser autónomo. Por ello, más que el poder, lo mejor, entendieron, es “tomar la palabra por asalto”. Ser los “dueños” de la palabra. Pero, al fin de cuentas, un grupo que desea obtener y mantener a toda costa el monopolio de la palabra y las conciencias no es otra cosa que un Ejército de ocupación. Y si hay algo que la historia nos ha enseñado, es que todo ejército de ocupación es doblegado no por otro ejército de iguales características, sino por algo mucho más irregular y movedizo. Lo más costozo, para todo Ejército, siempre ha sido defender el territorio tomado. Y este territorio, el de la palabra, es demasiado extenso para cualquiera, incluso para el propio Grupo Clarín.
Por todo esto, me parece que no está mal de parte de Sarlo plantear esto como una batalla. Y no me parece incoherente de parte de los “periodistas independientes” utilizar este lenguaje bélico en una democracia. Al fin de cuentas, es el lenguaje en el que se sienten más cómodos. Lo lamentablemente es que no lleguen a comprender que esto es mucho más complejo de lo que pretenden cuando hablan de una “guerra”. Como su imaginario es el de la guerra justamente, sólo piensan en aniquilar al enemigo. Y estiman que del otro lado hay una fuerza igual que la de ellos. Cuando en realidad lo que hoy hay es una "revuelta en tiempos de paz", una no-batalla, en el sentido en que no hay enfrentamientos: el Grupo Clarín y todos sus derivados (Grupo A, Mesa de Enlace, Peronismo disidente, etc.), es un accidente, no el objetivo. Aquí, de lo único que se trata es de recuperar la palabra y hacerla oir. Otro mundo se está haciendo posible y vale la pena que el relato de esa historia, recorra las calles nuevamente.
Por eso, a diferencia de los intelectuales del humanismo epistolar, hay que festejar la aparición de estos irregulares nómades que izan en el viento la palabra escurridiza, ya que con su presencia nada será igual. Será esta una contienda extraordinaria, en la que no habrá enfrentamientos, sino sólo fantasmas que hacen correr la voz de que algo está cambiando. Y eso, mis estimados, es pegar donde más duele.
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