jueves, 11 de noviembre de 2010

Fuego único

En la vida que viviste
por el espacio y el tiempo,
me tocó vivir contigo,
estrella de los luceros.

Y todo mi vivir fue
acariciado de fuego:
llama roja, oro, morada,
blanca, gris, negra luego.

Si no me hubieras prendido,
no sé lo que hubiera hecho.
¿Merecí arder, llama única?
¡Yo no puedo comprenderlo!

Juan Ramón Jiménez

miércoles, 10 de noviembre de 2010

La política es cosa de chicos

Sin temor a volvernos demasiado sintéticos, podemos decir que el neoliberalismo como corriente política (los Reventados) tiene dos grandes máximas: la gestión siempre en manos privadas y la política es cosa de grandes (quiero decir, de hombres “mayores”, de adultos).

Por estos días hemos asistido a un direccionado ataque sobre Aerolíneas Argentinas. Desde diversos medios se gasta tinta y papel en sostener hechos que intentan construir una historia sobre la empresa, su gestión, sus problemas, su presente y su futuro. Pero, sobre todo, sobre sus responsables es que se escribe. Pareciera más importante hacer hincapié en quiénes la conducen que en si tiene un problema real, sus causas y consecuencias.

Hace tiempo que sabemos que las historias que se relatan en los Diarios o por televisión no necesariamente están sostenidas por hechos reales. No hace falta que algo haya sucedido para que nos lo presenten como una irremediable verdad. Tampoco hace falta contar con fuentes verdaderas que apoyen la historia, alcanza con algún recurso retórico para camuflarla (“según habría dicho cierto funcionario que almuerza seguidamente con otro funcionario que tiene su despacho a dos oficinas de un secretario…”). Hay un cuento de Borges que termina diciendo algo así como “le he narrado la historia de este modo para que usted la oyera hasta el final”. En ese sutil (?) mecanismo se basan la mayoría de las operaciones periodísticas de hoy en día. De hecho, están más cerca de la (mala) literatura que del periodismo. Por ende, la discusión con el periodismo hoy más que nunca no es sobre los hechos que relata sino sobre aquello que oculta en el relato. La discusión es, entonces, una discusión política; una discusión sobre el sentido de las palabras y su efecto en la realidad.

¿Qué hay detrás de esta embestida contra Aerolíneas Argentinas y sus responsables? Parece que los astros están en línea y todos apuntan en una misma dirección. Y no es coyuntural ni caprichoso ese ataque, sino más bien estratégico. Pegarle a AA significa pegarle a ciertos símbolos de este Gobierno: por un lado, la gestión estatal de una empresa que antes estaba en manos privadas y, por otro, la “juventud” como motor del cambio. Es decir: a través de la (supuesta) “falta de” o “mala” gestión de AA, se le pega al Gobierno; se intenta proyectar el “problema” de AA como si fuera una pequeña muestra que refleja y reproduce una realidad de un todo mayor (la parte por el todo). Pero, también, pegarle a “estos jóvenes K” (de La Cámpora o cualquier otra agrupación política cercana al Gobierno) que pueden llenar una plaza, cantar canciones y pintar banderas (o, incluso, escribir blogs) pero que no pueden “hacerse cargo de las cosas de los mayores”, es decir, de la política, es pegarle al Gobierno sobre su indiscutible decisión de abrir el juego a las nuevas generaciones. El mensaje es directo: no les podemos dejar el Estado y la Política a los jóvenes.

Esa es la operación que se esconde en las notas de Clarín, Perfil, otra vez Clarín y otros medios y en los dichos de Macri (como si este fuera el gran gestionador, cuando lo que muestra la Ciudad es justamente la incapacidad para administrar y hacer del Ingeniero).
Sin embargo, los números de AA son mucho mejores que los que tenía mientras se encontraba en manos de privados. Y estos números son públicos. Con lo cual no vale la pena comenzar una discusión en el terreno en que desean ponerla ellos: una discusión sobre números y estadísticas. Mi idea no es convertirme en un Auditor. Me parece que la discusión en realidad es más bien política. Sobre todo si somos conscientes que cualquier decisión “administrativa” o “de gestión” se encuentra fundamentada, siempre, en una decisión política. La base siempre es política puesto que implica un modo de ver el mundo. El hecho de haber estatizado AA no es una simple decisión administrativa o de gestión, es, antes que nada, una decisión política. El hecho de que AA llegue a todas las provincias del país y conecte el territorio no es una decisión “de gestión” simplemente. Hay allí un fundamento político, de carácter federal, que permite que esa decisión tenga un resultado concreto, se materialice.

Si el objetivo de las empresas de producción y distribución de mensajes y de la Oposición política, es pegarle al Gobierno a través de la gestión y de los “jóvenes”, creo que es el momento preciso para dar la batalla, para disputar el sentido. Y aquí la pelea debe salirse del plano sociológico; aquí la disputa comienza a ser generacional. No por una cuestión etaria, sino por una cuestión ontológica podríamos decir. Lo que “hace generación” en nosotros, aquello por lo que nos podemos definir como parte de (“somos parte de una generación…”) no es una “edad” sino un “problema”, un desafío y, en definitiva, una construcción, un objetivo a conseguir. Y el problema “que hace generación” en nosotros es la historia política (o la historia de la política) en Argentina. Lo que “hace generación” es el proceso que va de la Dictadura al menemismo y que hoy todavía se materializa en esa visión sobre la “cosa pública” que podemos leer en ciertas notas y en los comentarios de la mayoría de la clase política oposicionista negativista (qué es la juventud para el PRO sino un grupo de pibes que van a hacer pogo a un estadio de fútbol por una remera). Porque, en sentido inverso, podemos decir que el problema “que hace generación” en ellos es justamente la juventud, la novedad, el cambio. En definitiva aquello que ponga en riesgo las dos máximas de su política: la gestión debe ser privada y la política es cosa de grandes.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Anécdotas


Hoy tuvimos un Plenario con los compañeros de la agrupación. La verdad es que estuvo muy bueno, éramos muchos y había pibes que nunca había visto. Si bien la nostalgia invadió primero el tono de los comentarios de cada uno de los que tomaban la palabra, luego la cosa empezó a cobrar un color más político, más militante, con garra y, sobre todo, con mística.

He estado pensando mucho todos estos días sobre la cuestión de la política. La política como restitución de la política. Es decir: tener como política poner a la política en el plano de la vida, en el de las acciones, como un entre los hombres; volverla presente y palpable, pronunciable nuevamente como algo que es posible y, más que nada, deseable. Ya mucho hemos dicho sobre ello, no sólo aquí sino en la mayoría de manifestaciones y testimonios que recuerde sobre estos días. “Qué nos dejó Néstor”, nos decimos, como una especie de pregunta retórica: “la política”, nos respondemos. Y ciertamente que es así, a esta altura no quedan dudas de eso. Pero me gustaría citar una breve historia que uno de los compañeros nos regaló hoy para que podamos percibir cómo funciona esta cuestión de “la vuelta de la política”.

Dice Gustavo: “Era enero del 2003 y la Provincia de Bs. As, el peronismo de la provincia, había decidido ya que se iba a acompañar la candidatura a presidente de Néstor Kirchner. Ninguno de nosotros lo conocía muy bien. Habíamos visto algo por Crónica TV pero poco sabíamos. Y nos citaron a una reunión, a mí y a otros 20 más. Yo militaba en ese entonces en la JP. La reunión era en la Casa de Santa Cruz. Había una mesa larga en la que nos fuimos sentando todos, uno al lado del otro un poco en silencio, expectantes, como viendo por dónde venía la cosa y con qué nos iba a salir este tipo. La verdad es que estuvo una hora entera bajando línea, taca, taca; una hora. Nosotros en silencio, ni nos mirábamos.  La reunión terminó y todos nos fuimos, cada uno para su lado. No nos dijimos nada en ese momento quizá porque nos medíamos un poco, nadie quería tirar la primera piedra. Mientras volvía para mi casa iba pensando en el discurso. “Es medio de universitario” pensé primero; “diría que hasta un poco ingenuo”, me dije. “Vamos a encerrar a los milicos, vamos a terminar con el Punto Final y la Obediencia debida; vamos a clausurar la relación con el FMI, vamos a terminar con la Corte adicta”, etc, etc. Esto es lo que el tipo nos había dicho durante una hora. Yo había estado en la plaza de mayo cuando fuimos a ver a Alfonsín esperando escuchar “no le vamos a pagar al FMI” y terminar escuchando “esto es una economía de guerra, hay que ajustarse los cinturones” y también cuando unos milicos trasnochados lo quisieron poner en jaque, ahí también fui a la plaza, para decirle que estábamos a su disposición, que no queríamos saber nada con los milicos y cuando salió Alfonsín al balcón nos dijo “la casa está en orden”. Así que esas cosas que ahora este tipo medio desgarbado, de apellido difícil, del Sur, nos decía, me parecían algo ingenuas. Por supuesto que me gustaban, pero para ese año, después de lo que había pasado en el 2001, escuchar ese tipo de cosas me parecían como demasiado naif. ¿Qué fue lo que hizo que un militante como yo, o como muchos otros, pensara que la política no podía hacer estas cosas? ¿Qué pasó por nuestra historia para negarnos esa confianza? El tipo, finalmente, hizo lo que nos había dicho y hoy, ustedes que están acá, muchos jóvenes, no tienen esa traba, saben muy bien de qué trata la política y qué es lo que con ella se puede lograr. Ese legado que nos dejó es sobre el que más tenemos que trabajar. Después de él, de Néstor Kirchner, ya nadie podrá pensar que cuando uno se propone una meta de esa envergadura, por más que haya muchos intereses en juego y que quizá algunos enemigos se presenten en la batalla, peca de ingenuo. Después de Néstor Kirchner, ingenuo es no atreverse a soñar; ingenuo es no arriesgarse a disputar; ingenuo es no animarse a hacer”.

lunes, 1 de noviembre de 2010

La certeza de que nos queda la política


I
El viernes, cuando volvía del centro a mi casa, después de haber estado bajo la lluvia esperando a que pasaran él y ella, quizá esperando despedirme o decir algunas palabras que todavía se atragantaban en mi garganta como si todas quisieran salir a la misma vez, sin un orden, sin una jerarquía, simplemente liberarse de este nudo que me oprimía, el viernes, bajo la lluvia, regresaba a casa sentado en el vagón del tren cuando la vi. Estaba todavía apesadumbrado, a pesar de que esas palabras finalmente se habían escapado, y que ahora sólo pensaba en cómo volver al ruedo mientras el tren que me llevaba corría para el norte, trayéndome de vuelta, casi adormecido por su sedante y sistemático traquetear, la vi. Llegando desde el sur, una Locomotora a toda velocidad cortaba la imagen en dos. Era una de esas antiguas máquinas que son independientes de los vagones que arrastran y que me recuerdan a mi niñez, cuando jugaba en las orillas de la Estación de mi pueblo, cuando todavía se veían muchas de ellas atravesar la siesta. La veo venir y no sé por qué le presto atención. Y veo que lleva dos símbolos pegados en su trompa, grandes, redondos, orgullosos como los llevaríamos nosotros en el pecho: una escarapela del Bicentenario y una cinta negra de luto, y pienso “está de luto, sin embargo no se detiene... así es como debe funcionar la Historia”.

II
No sé si será porque el viaje en tren siempre me invita a divagar un poco, pero a partir de esa imagen comencé otro viaje, éste en mi cabeza. Lo primero fue tomar esta imagen, la de la locomotora que seguía su camino a pesar del luto, y contrastarla con aquél relato de Walter Benjamin cuando ve al ángel en el cuadro de Paul Klee, el Angelus Novus: “El ángel de la historia ha de tener ese aspecto”, escribe Benjamin. “Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. En lo que a nosotros nos parece como una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe, que incesantemente apila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. Bien quisiera demorarse, despertar a los muertos y volver a juntar lo destrozado. Pero una tempestad sopla desde el Paraíso, que se ha enredado en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al que vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Esta tempestad es lo que llamamos progreso”. Y cuando logro sopesar ambas imágenes es como que mi propia historia se cruza ante mis ojos, como un flash, y pienso, y me pregunto, ¿cuál es el equilibrio entre ambas, entre la locomotora que va hacia el frente sin mirar atrás y el Angelus que lo hace sin mirar al frente? ¿Quién puede poner ese equilibrio? ¿Existe, es posible?

III
La locomotora es una imagen que se suele utilizar en el lenguaje empresarial: ir hacia el frente, arrasar con todo en el camino, que nada te detenga y llevar a cuestas, como enganchados, a los demás. “Todos te persiguen, pues tú eres la locomotora”, etc, etc. Es una metáfora que se ha usado mucho para pensar el propio sistema capitalista, es como un símbolo que lo ha querido representar y lo ha hecho muy bien. Y la mirada de Benjamin, en cambio, es una mirada que se ha utilizado mucho en el mundo académico y justamente en oposición directa con la anterior. Ambas, a pesar suyo, tienen algo en común: siempre han puesto al discurso y accionar político como algo secundario, accesorio quizá, a los mundos que relataban. Es como si la política sólo se dedicara a gestionar las condiciones administrativas de ambos mundos. Y esa fue justamente la mirada con la que muchos de nosotros crecimos cuando hablábamos de la “política real” (real politik, como se suele decir). Idealizamos una política inalcanzable, límpida y lustrosa, incolora, capaz de florearse como ninguna otra en las hojas A4 de los papers que inundaron Universidades o en la de los libros que nos gustaban leer y citar para estar a la moda. Hoy miro a muchos de los que así pensábamos, incluyéndome por supuesto, y me pregunto ¿qué fue lo que pasó, en estos últimos años, para creer que esta visión ha tenido un cambio, que es posible pensar de otro modo la política?

IV
Recuerdo cuando en el 2002 escribimos, con unos amigos en la revista que sacábamos, sobre el 19/20 de 2001. La editorial colectiva de ese número 9 de La Escena Contemporánea se llamaba "La vorágine" y allí decíamos: “la vorágine destruye toda posible articulación nacional, de la que sólo quedan restos más o menos autonomizados. Destruye, para decirlo en términos clásicos, los lazos sociales”. Eso era lo que veíamos por aquéllos tiempos, una vorágine en la que nada quedaba en pie, ni siquiera los Bancos cómo último eslabón de un mercado financiero que hacía agua por todos lados. Y mucho menos la posibilidad de pensarse colectivamente. La incertidumbre era la única posibilidad real, la verdadera, todo lo demás era una ilusión alimentada por la nostalgia. Era como si camináramos por un sendero con los ojos cerrados, sin saber si había un piso, paredes o un techo que nos cubriese.
Creo que lo que hemos visto la semana pasada (algunos lo vienen viendo hace rato ya) contradice profundamente esa otra historia. Es como si habláramos de dos mundos totalmente diferentes. ¿Qué puede haber pasado en menos de 10 años para que eso cambie, para que esa percepción sea una anécdota de nuestro pasado reciente (aunque pulse, en algunos hombres, por volverse presente)?

V
La única respuesta posible que tengo al alcance de mi mano es pensar que vino la política. No ya como una ciencia de la administración de lo existente, sino más bien como creación; no como marcación del límite (hasta dónde llegar), sino como demarcación de lo que ya no es posible tolerar (hasta aquí llegaron). La vorágine ya no es posible de tolerar. Y la política es el equilibrio entre la locomotora y el ángel. La política es lo que hay entre los hombres, decía Hanna Arendt, es la relación. Es la posibilidad de reconstruir los lazos. De reconstruirse. Y estos días son un claro testimonio de ello.

VI
Finalmente, el tren llegó a Victoria (recurso estético, pensarán ustedes, pero no, es cierto, yo me bajo en la estación Victoria). El viaje terminó. Las dos imágenes que me acompañaron y sobre las que divagué un rato ahora se esfumaban bajo la lluvia del viernes. Ya no tenía éstas preguntas y, aunque sé que siempre es bueno tener preguntas, esta vez sentía que tenía una certeza. Y que esa sensación de seguridad que me invadía, a pesar de lo que acababa de ocurrir apenas unos días, me dejaba tranquilo. Pero no tranquilo como el que se sabe ganador, sino tranquilo como el que sabe que tiene trabajo por delante, que no está solo, que está acompañado y que hay otros como él.
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