Sin temor a volvernos demasiado sintéticos, podemos decir que el neoliberalismo como corriente política (los Reventados) tiene dos grandes máximas: la gestión siempre en manos privadas y la política es cosa de grandes (quiero decir, de hombres “mayores”, de adultos).
Por estos días hemos asistido a un direccionado ataque sobre Aerolíneas Argentinas. Desde diversos medios se gasta tinta y papel en sostener hechos que intentan construir una historia sobre la empresa, su gestión, sus problemas, su presente y su futuro. Pero, sobre todo, sobre sus responsables es que se escribe. Pareciera más importante hacer hincapié en quiénes la conducen que en si tiene un problema real, sus causas y consecuencias.
Hace tiempo que sabemos que las historias que se relatan en los Diarios o por televisión no necesariamente están sostenidas por hechos reales. No hace falta que algo haya sucedido para que nos lo presenten como una irremediable verdad. Tampoco hace falta contar con fuentes verdaderas que apoyen la historia, alcanza con algún recurso retórico para camuflarla (“según habría dicho cierto funcionario que almuerza seguidamente con otro funcionario que tiene su despacho a dos oficinas de un secretario…”). Hay un cuento de Borges que termina diciendo algo así como “le he narrado la historia de este modo para que usted la oyera hasta el final”. En ese sutil (?) mecanismo se basan la mayoría de las operaciones periodísticas de hoy en día. De hecho, están más cerca de la (mala) literatura que del periodismo. Por ende, la discusión con el periodismo hoy más que nunca no es sobre los hechos que relata sino sobre aquello que oculta en el relato. La discusión es, entonces, una discusión política; una discusión sobre el sentido de las palabras y su efecto en la realidad.
¿Qué hay detrás de esta embestida contra Aerolíneas Argentinas y sus responsables? Parece que los astros están en línea y todos apuntan en una misma dirección. Y no es coyuntural ni caprichoso ese ataque, sino más bien estratégico. Pegarle a AA significa pegarle a ciertos símbolos de este Gobierno: por un lado, la gestión estatal de una empresa que antes estaba en manos privadas y, por otro, la “juventud” como motor del cambio. Es decir: a través de la (supuesta) “falta de” o “mala” gestión de AA, se le pega al Gobierno; se intenta proyectar el “problema” de AA como si fuera una pequeña muestra que refleja y reproduce una realidad de un todo mayor (la parte por el todo). Pero, también, pegarle a “estos jóvenes K” (de La Cámpora o cualquier otra agrupación política cercana al Gobierno) que pueden llenar una plaza, cantar canciones y pintar banderas (o, incluso, escribir blogs) pero que no pueden “hacerse cargo de las cosas de los mayores”, es decir, de la política, es pegarle al Gobierno sobre su indiscutible decisión de abrir el juego a las nuevas generaciones. El mensaje es directo: no les podemos dejar el Estado y la Política a los jóvenes.
Esa es la operación que se esconde en las notas de Clarín, Perfil, otra vez Clarín y otros medios y en los dichos de Macri (como si este fuera el gran gestionador, cuando lo que muestra la Ciudad es justamente la incapacidad para administrar y hacer del Ingeniero).
Sin embargo, los números de AA son mucho mejores que los que tenía mientras se encontraba en manos de privados. Y estos números son públicos. Con lo cual no vale la pena comenzar una discusión en el terreno en que desean ponerla ellos: una discusión sobre números y estadísticas. Mi idea no es convertirme en un Auditor. Me parece que la discusión en realidad es más bien política. Sobre todo si somos conscientes que cualquier decisión “administrativa” o “de gestión” se encuentra fundamentada, siempre, en una decisión política. La base siempre es política puesto que implica un modo de ver el mundo. El hecho de haber estatizado AA no es una simple decisión administrativa o de gestión, es, antes que nada, una decisión política. El hecho de que AA llegue a todas las provincias del país y conecte el territorio no es una decisión “de gestión” simplemente. Hay allí un fundamento político, de carácter federal, que permite que esa decisión tenga un resultado concreto, se materialice.
Si el objetivo de las empresas de producción y distribución de mensajes y de la Oposición política, es pegarle al Gobierno a través de la gestión y de los “jóvenes”, creo que es el momento preciso para dar la batalla, para disputar el sentido. Y aquí la pelea debe salirse del plano sociológico; aquí la disputa comienza a ser generacional. No por una cuestión etaria, sino por una cuestión ontológica podríamos decir. Lo que “hace generación” en nosotros, aquello por lo que nos podemos definir como parte de (“somos parte de una generación…”) no es una “edad” sino un “problema”, un desafío y, en definitiva, una construcción, un objetivo a conseguir. Y el problema “que hace generación” en nosotros es la historia política (o la historia de la política) en Argentina. Lo que “hace generación” es el proceso que va de la Dictadura al menemismo y que hoy todavía se materializa en esa visión sobre la “cosa pública” que podemos leer en ciertas notas y en los comentarios de la mayoría de la clase política oposicionista negativista (qué es la juventud para el PRO sino un grupo de pibes que van a hacer pogo a un estadio de fútbol por una remera). Porque, en sentido inverso, podemos decir que el problema “que hace generación” en ellos es justamente la juventud, la novedad, el cambio. En definitiva aquello que ponga en riesgo las dos máximas de su política: la gestión debe ser privada y la política es cosa de grandes.
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