Mallarmé
I
Toda historia comienza con un hecho imposible. Algo inasimilable, que excede el propio relato y al cual, a medida que avanzan las oraciones, tratamos de dar sentido. Milagros, resurrecciones, batallas cuya victoria era de antemano improbable pero que finalmente cedieron su equilibrio en favor de los desaventajados; las historias tienen un mito de fundación que las cubre de un aura particular, como una capa que las impermeabiliza ante las erosiones del tiempo. Sólo así sobreviven y sólo así nos interpelan: a partir de un hecho que, en apariencia, resulta imposible.
“Hay un fusilado que vive”, nos cuenta Rodolfo Walsh que le dicen. Un muerto que habla. Es una “historia increíble” pero que él cree “de inmediato”. Un buen comienzo para una historia, pensamos. Una historia que, en principio, cambia hasta al propio Walsh, quien para escribirla debe modificar su identidad (en los papeles) y que termina, finalmente, modificando todo su andamiaje de creencias.
Esa historia remite a los días que van del 9 al 12 de junio de 1956: el levantamiento trunco del General Valle contra la autodenominada “Revolución Libertadora” y los fusilamientos de José León Suárez. La frase Walsh la escucha 6 meses después y es el preludio a una de las obras más importantes de la literatura argentina: Operación Masacre.
II
“Hay un fusilado que vive”. ¿Hay alguna frase que haya retornado tantas veces como esta en la política argentina? Aunque bajo distintas formas, con otros signos, escondida en otro lenguaje, adornada con diversos oropeles o despojada de todo ornamento hasta volverse imperativa, ese imposible (“el fusilado que vive”, “un muerto que habla”) ha sido una constante de nuestra historia reciente. Al menos, la que va desde mitad del siglo pasado hasta nuestro presente.
La voz de un muerto es, en cierta medida, la voz de la que hablan los libros de historia. La Historia, justamente, es el sepulcro final de nuestros muertos: allí no hay manera que nos dañen. En cambio, un “muerto que habla” es un imponderable que no tiene sepulcro, una voz presente en su propia ausencia que retumba como un eco, que desborda las orillas del texto. No hay libro de historia para un muerto que vive, justamente porque es imposible que tal sujeto exista. Los muertos, están muertos; no hablan, se descomponen. Sin embargo, la historia de nuestro pueblo, de un pueblo que debe resistir su prohibición, su mudez, su injusticia, es relatada por un muerto que habla, por una voz imposible de apagar y, mucho menos, de asir y sujetar en un texto de historia.
III
De “un fusilado que vive” a “aparición con vida”, la frase que las Madres repetían mientras circulaban por la Plaza de Mayo, la historia de un pueblo resistiendo que se expresa a partir de las voces de aquéllos que quisieron silenciar, en la noche del basural, en el invierno de la Dictadura, o en la expropiación de la palabra (nuestra actualidad) sigue corriendo, sigue haciéndose. Su propia particularidad es el hecho de que no concluye: todavía hoy gritamos “aparición con vida” y sentimos que los fusilados nos hablan; todavía hoy buscamos el fruto de su simiente, la continuación de sus vidas, las mismas que los integrantes del pelotón del basural de la historia desearon, pero sin éxito, apropiarse y callar.
Dicen que "la política es el arte de lo posible". Creo, sin embargo, que lo correcto sería decir que la política es el arte de hacer posible lo imposible. “Un contrasentido”, me dirán los dueños de un lenguaje lógico atado a los axiomas de lo conveniente. “Sí, justamente”, les respondo: el contrasentido del que nace toda política, la posibilidad de que el fusilado viva, de que los desaparecidos-asesinados se nos aparezcan-con-vida, de que las voces silenciadas rompan los tímpanos de “lo posible”.
IV¿Es Livraga el fusilado que vive? ¿Es su voz la que todavía nos trae el viento? ¿Es el propio Walsh el fusilado que vive? ¿Es él, con otros 30 mil más? ¿Es la de 400 chicos que todavía gritan por su identidad, silenciados -en apariencia- por la mentira? ¿Es la de los miles de chicos que empiezan a ver que su realidad puede ser diferente? ¿Es la de las madres de esos chicos que empiezan a ver que otra vida para ellas y sus nenes es posible? ¿Es la de los que todavía faltan, a los que todavía no se llegó? ¿Es la de aquélla señora que lloraba, y yo con ella, cuando le di la noticia de que era jubilada? ¿De quién es la voz que nos trae el viento y nos dice a la oreja, en un susurro suave y dulce, apasionado y alentador, “estoy vivo”?
Toda historia comienza con un hecho imposible. Algo inasimilable, que excede el propio relato y al cual, a medida que avanzan las oraciones, tratamos de dar sentido. Milagros, resurrecciones, batallas cuya victoria era de antemano improbable pero que finalmente cedieron su equilibrio en favor de los desaventajados; las historias tienen un mito de fundación que las cubre de un aura particular, como una capa que las impermeabiliza ante las erosiones del tiempo. Sólo así sobreviven y sólo así nos interpelan: a partir de un hecho que, en apariencia, resulta imposible.
“Hay un fusilado que vive”, nos cuenta Rodolfo Walsh que le dicen. Un muerto que habla. Es una “historia increíble” pero que él cree “de inmediato”. Un buen comienzo para una historia, pensamos. Una historia que, en principio, cambia hasta al propio Walsh, quien para escribirla debe modificar su identidad (en los papeles) y que termina, finalmente, modificando todo su andamiaje de creencias.
Esa historia remite a los días que van del 9 al 12 de junio de 1956: el levantamiento trunco del General Valle contra la autodenominada “Revolución Libertadora” y los fusilamientos de José León Suárez. La frase Walsh la escucha 6 meses después y es el preludio a una de las obras más importantes de la literatura argentina: Operación Masacre.
II
“Hay un fusilado que vive”. ¿Hay alguna frase que haya retornado tantas veces como esta en la política argentina? Aunque bajo distintas formas, con otros signos, escondida en otro lenguaje, adornada con diversos oropeles o despojada de todo ornamento hasta volverse imperativa, ese imposible (“el fusilado que vive”, “un muerto que habla”) ha sido una constante de nuestra historia reciente. Al menos, la que va desde mitad del siglo pasado hasta nuestro presente.
La voz de un muerto es, en cierta medida, la voz de la que hablan los libros de historia. La Historia, justamente, es el sepulcro final de nuestros muertos: allí no hay manera que nos dañen. En cambio, un “muerto que habla” es un imponderable que no tiene sepulcro, una voz presente en su propia ausencia que retumba como un eco, que desborda las orillas del texto. No hay libro de historia para un muerto que vive, justamente porque es imposible que tal sujeto exista. Los muertos, están muertos; no hablan, se descomponen. Sin embargo, la historia de nuestro pueblo, de un pueblo que debe resistir su prohibición, su mudez, su injusticia, es relatada por un muerto que habla, por una voz imposible de apagar y, mucho menos, de asir y sujetar en un texto de historia.
III
De “un fusilado que vive” a “aparición con vida”, la frase que las Madres repetían mientras circulaban por la Plaza de Mayo, la historia de un pueblo resistiendo que se expresa a partir de las voces de aquéllos que quisieron silenciar, en la noche del basural, en el invierno de la Dictadura, o en la expropiación de la palabra (nuestra actualidad) sigue corriendo, sigue haciéndose. Su propia particularidad es el hecho de que no concluye: todavía hoy gritamos “aparición con vida” y sentimos que los fusilados nos hablan; todavía hoy buscamos el fruto de su simiente, la continuación de sus vidas, las mismas que los integrantes del pelotón del basural de la historia desearon, pero sin éxito, apropiarse y callar.
Dicen que "la política es el arte de lo posible". Creo, sin embargo, que lo correcto sería decir que la política es el arte de hacer posible lo imposible. “Un contrasentido”, me dirán los dueños de un lenguaje lógico atado a los axiomas de lo conveniente. “Sí, justamente”, les respondo: el contrasentido del que nace toda política, la posibilidad de que el fusilado viva, de que los desaparecidos-asesinados se nos aparezcan-con-vida, de que las voces silenciadas rompan los tímpanos de “lo posible”.
IV¿Es Livraga el fusilado que vive? ¿Es su voz la que todavía nos trae el viento? ¿Es el propio Walsh el fusilado que vive? ¿Es él, con otros 30 mil más? ¿Es la de 400 chicos que todavía gritan por su identidad, silenciados -en apariencia- por la mentira? ¿Es la de los miles de chicos que empiezan a ver que su realidad puede ser diferente? ¿Es la de las madres de esos chicos que empiezan a ver que otra vida para ellas y sus nenes es posible? ¿Es la de los que todavía faltan, a los que todavía no se llegó? ¿Es la de aquélla señora que lloraba, y yo con ella, cuando le di la noticia de que era jubilada? ¿De quién es la voz que nos trae el viento y nos dice a la oreja, en un susurro suave y dulce, apasionado y alentador, “estoy vivo”?
Dicen que si la historia la escriben los que ganan seguramente debe existir otra historia, la de los vencidos, la de aquellos que no tuvieron la oportunidad de expresarse porque les fue robada hasta la palabra. Creo que son esas voces, esas palabras, las que contrariamente a lo esperado son imposibles de silenciar porque nos hablan desde el no lugar, desde el vacío que se genera en la ausencia del espacio concreto. Seguramente es por eso mismo que retumban de manera tan sonora.
ResponderEliminarSon las voces de todos aquellos que fueron y son callados de manera inescrupulosa, sin importar consecuencias, sufrimientos y dolores. De todos aquellos que fueron silenciados, reprimidos, fusilados y/o tristemente adoctrinados. Son sus voces silenciosas las que deben guiarnos para permitirnos ver otra versión de la historia. Pero conocer esta nueva cara de la historia exige un compromiso con la búsqueda de la justicia, porque es justamente eso lo que ellas en su grito silencioso persiguen. La justicia en todas sus manifestaciones posibles. Debemos reconocer esas voces, debemos escucharlas, acompañarlas y hacerlas sonoras…creo que no puede haber alternativa, de todas maneras callarlas hoy resulta ya imposible
Anónimo, totalmente de acuerdo con tu palabras
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