miércoles, 26 de mayo de 2010

Los agentes dobles del Bicentenario

Uno
Siempre creí que el doble espionaje era parte de las novelas o las películas que se hacían sobre la adaptación de esas novelas. Es decir, siempre lo vi como parte de una ficción que expresaba el juego perpetuo entre fantasía y realidad, entre cara y cruz. Fantasía del doble: ser una persona y, en el fondo, ser otra. Sin embargo, como siempre, la historia se ha ocupado en desmentirme. En ilustrarme.
Pero ahora, siendo algo más que un niño consumidor de películas de James Bond un sábado a la tarde, con la lluvia mojando la precaria canchita de fútbol frente a mi casa y un pan con manteca y azúcar en mi mano, pienso en la posibilidad real de que existan entre nosotros espías, agentes dobles. Pero ya no cómo aquél agente inglés (siempre preferí a Sean Connery), sino como parte de una remake del agente 86. Es decir: agentes que sin saberlo hacen de dobles agentes; espías que mueven las ramitas, personajes que en su sobreactuación producen el efecto contrario al que tenían en mente al efectuar la acción.
Sino no hay otra manera de explicarlo, me digo. “Aquí hay agentes dobles”. Los sujetos que han hablado y operado en torno al Bicentenario en contraposición con la gala del Colón, o con cualquier otro suceso que les haya servido para poner de manifiesto sus diferencias, no tengo dudas, son agentes dobles que trabajan para el kirchnerismo. Sino no se explican las palabras, por ejemplo, de Mirta Legrand, cuando dice -refiriéndose a la gala del Colón-, “lo de ayer fue magnífico, perfecto. Felicitaciones Sr. Macri. Estaba todo muy bien organizado: había vallas y la gente no molestaba”. Alguien que dice esto, en el contexto de más de 2 millones de personas por día en las calles festejando, sólo puede tener un objetivo: que el que todavía no se dijo así mismo “bueno, la verdad es que algunas cosas están cambiando, estos tipos (por el Gobierno) algo están haciendo bien”, lo empiece a hacer con ganas.

Dos
El doble agente siempre plantea las cosas en términos binarios. Por eso es, justamente, doble. En este caso, la cosa la han planteado en términos de fiesta versus gala. Y aquí hay una cuestión que inevitablemente resurge cuando puede. Está en las napas que nos soportan cotidianamente y ante alguna lluvia fuerte empiezan a desbordar. Pese a que no me gusta pensar en términos de amigo/enemigo, de bueno y malo, es decir, en términos binarios, siempre el problema surge bajo esa expresión maniquea.
La cuestión de la fiesta como expresión política de lo popular es más vieja que la política misma. No vamos a reflotar esos análisis que cualquiera puede ver en novelas populares como “Gargantúa y Pantagruel”, de Francois Rabelais o, si se quiere pensar más de cerca, más en términos locales, en “La fiesta del monstruo” de Bustos Domeq (Borges-Bioy) o “En el último de los martinfierristas” de David Viñas.
La fiesta como avanzada, como apropiación de la calle, como desterritorialización del orden vehicular y las normas de tránsito. Como contrapartida: una gala con vallas. La verdad es que este análisis ya se vuelve básico de lo trillado. Pero si bien no por esto pierde efectividad en su objetivo: poner de manifiesto la expresión de diferentes modos de existencia, creo que a esta altura ya no suma nada nuevo; no hay nada que ya no sepamos sobre los grupos de poder, las clases, los modos de habitar los espacios, etc., que pueda surgir de esta forma de vivir el Bicentenario (por ponerle algún nombre).
Lo interesante de todo esto es que había personas que tenían ganas de salir a la calle y festejar. Estar con otros y elaborar una comunión soberana (y profana, por ende). ¿Qué lectura vamos a hacer de eso? Ese interrogante es el que plantea la política por venir (la política siempre es un porvenir). Quiero decir: contestar esa cuestión es el sino de las acciones políticas de, como mínimo, el siguiente año y medio que nos queda (antes de las elecciones). El modo en que la leamos y le demos respuesta o, mejor, intentemos darle respuesta, va a ser el modo en que hayamos entendido la política para la argentina que viene. El grado de lejanía con el espíritu real de ese interrogante (cuan lejos estemos en nuestra respuesta de lo que realmente escondía esa pregunta) será correlativo al grado de separación que tengamos con el propio cuerpo (pueblo y multitud) que se manifestó en el territorio. Obviamente, separado por vallas.

Tres
Por eso, el error está en ser agentes dobles. En cometer los errores básicos del contraespionaje. Comprar pescado podrido y venderlo como caviar. No caer en la tentación de efectuar análisis triunfalistas ni de pensar que esto es parte de una expresión popular que, aunque medianamente espontánea, se encuentra dirigida e intencionada (es un error pensar que salieron a la calle por nosotros y para nosotros). No seamos agentes dobles.
Aquí se conjugaron diferentes variables que deben ser pensadas cuidadosamente. Ni la política ni la antipolítica (que es otra forma de la política) surgen de un día para el otro. Son parte de procesos más amplios y difíciles de asir. Aquí por supuesto debemos pensar en los aciertos que se dieron fundamentalmente a partir de la derrota de junio. Aciertos políticos que en un escenario de todo o nada empezaron a consolidar una identidad política para el kirchnerismo. Lo que hasta ese momento, por obra de las buenas elecciones, sólo se mostraba en ciertos retazos (sobre todo en los DDHH), empezó a surgir como un camino de ida sin retorno (SIPA, AUH, Ley de Medios, Reforma Política). Esas leyes fueron la plataforma de lo que se expresó en las calles en este mayo. Esas manifestaciones fueron el correlato de aquella derrota. Aquella derrota fue el inicio, quizá, de otra política. No de otra forma, sino de otras cuestiones, de otro Programa. Ese Programa todavía incipiente es el que debe convocarnos. Están esperando que sus páginas continúen escribiéndose a la luz de aquella derrota, pensando en todas las posibles victorias.
Nos han avisado: “aquí estamos”.

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