Discurso del Bicentenario de la Revolución del 25 Mayo de 1810
Escrito y leído por Federico Belzunces, Profesor de Historia, el 24 de mayo de 2010 en el acto Municipal en conmemoración por el Bicentenario de la Revolución de Mayo en Mercedes, Provincia de Buenos Aires
Naturalmente en 200 años de historia podríamos rescatar múltiples opciones para pensarnos en nuestro pasado, o mejor dicho, en la construcción que hemos hecho de nuestro pasado. Tomaremos aquí la Revolución de Mayo de 1810, el festejo del centenario y nuestro bicentenario, pensados a través de tres ejes que hemos seleccionado: los pueblos originarios, los trabajadores y la unidad Latinoamericana.
Comencemos por la Revolución de Mayo de 1810.
Si hay una identidad que estaba presente entre los revolucionarios, era su identidad americana, la cual intentó materializarse en la realización de un Gran Estado Latinoamericano. Así, dudaba y se preguntaba Mariano Moreno 6 de diciembre de 1810 en la Gaceta de Buenos Aires:
“Pero ¿podrá una parte de América por medio de sus legítimos representantesEsta empresa de un Gran Estado Americano, se tornaría rápidamente imposible, dada la dificultad de comunicaciones y la diversidad de intereses que mostrarían los acontecimientos de la revolución. Imposibilidad que se manifestará más claramente en la hostilidad a la revolución que mostrarán algunos focos de resistencia. Así lo expresó Manuel Belgrano en su campaña a Paraguay, donde esperaba un gran apoyo a la revolución:
establecer el sistema legal, de que carece, y que necesita con tanta urgencia; o
deberá esperar una nueva asamblea, en que toda América se de leyes a sí misma, o
convenga en aquella división de territorio, que la naturaleza misma ha
preparado?”
“Se pasó (…), y nuevas casas abandonadas, y nadie aparecía: entonces ya no meDonde Belgrano esperaba un gran apoyo, sintió estar en “un país del todo enemigo”. Resignado, Mariano Moreno reconocía que “es una quimera pretender que todas las Américas españolas formen un solo estado”.
apresuré a que las carretas siguiesen su marcha, ni tampoco el general Rocamora,
porque veía que marchaba por un país del todo enemigo, y que era preciso
conservar un camino militar, por si me sucedía alguna desgracia, asegurar la
retirada.”
Pero si el americanismo fue uno de los rasgos distintivos de la Revolución de Mayo, tendrá otro asociado a éste, el filo-indigenismo. Es decir, la defensa de los pueblos originarios como corolario de la condena al orden colonial y la reivindicación de los derechos naturales que deberían garantizar la libertad y la igualdad para todos los habitantes de América. La expresión morenista de la revolución viajará al corazón del gran Imperio Inca, ahora devenido en una factoría del Imperio Colonial Español, con la campaña militar de Juan José Castelli. El mismo expresará en las ruinas de Tiauhanaco el 25 de mayo de 1811, sosteniendo frente a los indios:
“En este caso se consideran los naturales de este distrito que por tantos añosY luego, sobre el final del discurso, agrega:
han sido mirados con abandono y negligencia, oprimidos y defraudados en sus
derechos y en cierto modo excluidos de la mísera condición de hombres que no se
negaba a otras clases rebajadas por la preocupación de su origen. Así es que
después de haber declarado el gobierno superior con la justicia que reviste su
carácter que los indios son y deben ser reputados con igual opción que los demás
habitantes”
“Todo nacional idóneo, sea de la clase y condición que fuese” puede optar aLos relatos sobre el trato de Castelli a los indios, no dejan duda sobre cuál era el espíritu de la revolución. El Coronel José León Dominguez señala, por ejemplo, que:
cualquier destino o empleo de que se considere capaz.
“los recibía benignamente, los acariciaba, alzándolos del suelo donde se postraban según su antigua costumbre, los abrazaba y decía que éramos hermanos e iguales”Pero como toda revolución, no fueron sólo discursos e ideales, además se intentó volcar el ideal en leyes, en medio de una situación militar y política extremadamente compleja.
A solo tres años de iniciada la revolución y con una extensa guerra por delante, la asamblea de 1813 no lograba formular una constitución, ni declarar la independencia; primaba entonces una cierta moderación. Sin embargo, dejaba algunas medidas muy relevantes, que marcan de alguna manera lo que ya era el “espíritu revolucionario”. Así, la Asamblea del año XIII declaraba la “libertad de vientres” por la cual los hijos de los esclavos, nacidos a partir de ese momento serían libres. En el mismo camino, suprimía la mita, la encomienda y el yanaconazgo, formas de trabajo forzado que recaían sobre los indios y que constituían el corazón del sistema de explotación colonial, además de todo tipo de castigos físicos a los mismos. Por último, entre otras medidas, abolía los títulos de nobleza.
En suma, en los orígenes del estado argentino, en la revolución que inició el largo camino de su creación, encontramos una vitalidad creadora orientada a la integración de la Provincias Unidas del Río de La Plata en un Gran Estado Latinoamericano. Al mismo tiempo, los ideales de la revolución, no eran sólo la independencia del Imperio Español, sino la realización de los derechos naturales propios de la ilustración, en un orden racional que garantice el fin de la esclavitud y de toda forma de explotación sobre los indios.
Si la realización de un Gran Estado Latinoamericano se mostró imposible, la integración de los pueblos originarios a la nueva nación verá cerrar sus posibilidades frente a un grupo dirigente que los encasilló en el mote de “salvajes”. Así y todo, la esclavitud vio desaparecer su existencia a mediados del siglo XIX, siendo uno de los primeros estados americanos en lograrlo.
Pasemos entonces a 1910, es decir a los festejos del centenario, a cien años de la Revolución de Mayo.
Allí, nos encontramos con una clase dominante que reafirmaba su confianza como sector dirigente del estado, no sólo en la reafirmación de su pasado inmediato, sino en la perspectiva de futuro que se construía el orden conservador.
En este marco, los grandes festejos muestran a una clase dominante triunfante, con el optimismo de un destino manifiesto, donde el estado argentino ocuparía un lugar privilegiado en las grandes naciones del mundo. Esta clase podía exhibir, como resultado de su programa, la construcción del estado nacional argentino y la construcción de una nación.
Al mismo tiempo, la economía argentina se insertaba en el mercado mundial atrayendo capitales y brazos para labrar la tierra y trabajar las haciendas. Capitales, industrias, trenes e inmigrantes integraban económicamente un territorio que, a duras penas, lograba unificarse.
Sin embargo, el éxito que se ostentaba desde el estado estaba lejos de ser colectivo. La clase dominante se sostenía mediante el fraude electoral, quedando vedada la participación política para la mayor parte de la población. Los trabajadores carecían de todo tipo de derechos y sus condiciones de vida eran extremadamente precarias. El mismo estado que se presentaba tolerante, abierto al progreso y recibía una de las mayores aleadas inmigratorias del mundo, al mismo tiempo, condenaba al exterminio y a la humillación a los pueblos originarios.
En definitiva, los esfuerzos de la Revolución de Mayo por combatir las injusticias sociales, se verían esfumados por una clase dirigente que veía en el estado tan sólo un instrumento de orden para garantizar sus negocios. La integración Latinoamericana quedaba a un lado, ya que el país se mostraba demasiado exitoso mirando a Europa, que ahora pasaba a ser el modelo a imitar. En este marco, no quedaba lugar para los pueblos originarios. El estado Argentino olvidaba los principios de la revolución y llevaría adelante uno de los exterminios más cruentos de nuestra historia.
Llegados a este punto, cabe preguntarnos por el presente.
A cien años del centenario y doscientos años de la revolución de mayo, palpamos una realidad muy diferente al futuro que pensaron los conductores del estado argentino en 1910. El bicentenario nos encuentra en el esfuerzo colectivo de escapar de un ciclo de crisis económicas que han arrastrado con muchos de los logros que, no sin costos, hemos conseguido. No tenemos hoy grandes monumentos para ostentar, el futuro se nos presenta menos claro y la sociedad argentina sufre una de las peores fragmentaciones de su historia.
Sin embargo, las crisis implican sinceramientos y oportunidades. La decadencia de la clase dirigente que llevara las banderas del centenario, nos reconoció mejor en un país que es más Latinoamericano de lo que ingenuamente creíamos. Paradójicamente, el reconocimiento de nuestra humildad y de nuestros puntos comunes con los problemas de las restantes naciones de Latinoamérica nos permitió iniciar un camino de integración que nos ayuda a salir de la crisis, mientras las economías del primer mundo a las cuales tendríamos que imitar, se hunden en un nuevo ciclo recesivo.
A las claras, el centenario se nos presenta hoy, menos como la realización de un estado independiente, que como el manifiesto de un nuevo pacto neo-colonial.
A diferencia del centenario, hoy los trabajadores cuentan con múltiples derechos que les habían sido negados en el 1900, y que actualmente son una de las herramientas fundamentales en la cotidiana lucha por una mejor forma de vida. A diferencia del centenario, Buenos Aires presenció una multitudinaria marcha de los pueblos originarios reclamando un estado plurinacional, una nueva relación con el estado que históricamente tuvo con todas las naciones del mundo, menos con aquellas que milenariamente trabajaron nuestra tierra. Acto que marca una falta, un lado oscuro, no sólo del estado, además de nosotros mismos, pero que simultáneamente debe enorgullecernos, porque fueron recibidos por la autoridad máxima de la nación, porque encontraron un contexto favorable, para que esa marcha sea posible, para que tenga sentido. Porque quizás hoy, que nos hemos sincerado como Latinoamericanos, como mestizos, es la marcha de nosotros. Porque justamente, esta marcha no fue posible en los festejos de 1910, simplemente porque no fueron reconocidos como parte de esa nación que se lucía exitosa.
Hoy, formamos parte de los festejos, los jóvenes, los ancianos, la cultura en todas sus formas, los trabajadores, las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo, los soldados de Malvinas, las diferentes colectividades que conformamos la nación y también la fuerzas del estado. Hoy somos parte de nuestros éxitos y de nuestras dificultades y no simples espectadores de un lujo monumental que nos excluye.
Finalmente, debemos asumir los desafíos que el presente nos plantea, debemos dilucidar las oportunidades que naturalmente abren las grandes crisis. Para ello no es necesario buscar recetas mágicas, sino indagar en nuestro propio pasado todo aquello que hemos podido resolver.
No es difícil pensar que los desafíos de nuestra nación están en su misma esencia, como es la integración de un numeroso fragmento de nuestra población que vive en condiciones de pobreza y marginalidad extremas. Como es la desigualdad estructural, la deserción escolar y la desocupación, inimaginables a mediados del siglo XX. No es difícil pensar que la resolución de estos nuevos desafíos generará nuevas tensiones y contradicciones que tendremos que resolver, pero ahora sí, sin fraude electoral, sin represión y sin dictaduras, sino, en el marco de una joven democracia, que no sin dificultades, supimos conseguir, y que no por ser joven, no deja de abarcar su período más extenso.
Supimos ser también una nación que ha superado sus peores miedos, que en sus contradicciones, ha integrado a ciudadanos de todo el planeta en las peores condiciones.
Ahora nos toca mirar para adentro, ahora tendremos que superar nuevos miedos y prejuicios y generar una nación, un país, para todos. Ahora tendremos que resolver el problema de la desigualdad, la pobreza extrema y la falta de trabajo. Ahora tendremos que garantizar lo que nunca dejamos de ser, un estado plurinacional, que marque una nueva relación con los pueblos originarios. Ahora seguiremos el camino de 1810, para integrarnos plenamente en una Gran Nación Latinoamericana. Ahora no es el tiempo de los otros, ahora no somos espectadores de los festejos como en 1910, ahora es el tiempo de nosotros.
En este tiempo, los desafíos de la Revolución de Mayo cobran nuevo sentido. Hoy, como nunca, esa Gran Asamblea Latinoamericana que hipotetisó Mariano Moreno en 1811, encuentra las condiciones materiales y políticas para su realización. Hoy como nunca, se han manifestado los pueblos originarios por sus derechos. Hoy, nuevamente, nos encontramos ante los desafíos de la inclusión social, sin la cual no seremos nunca una nación.
Hoy como nunca… ¿Aceptaremos el desafío? ¿Renunciaremos a los rasgos inclusivos que alguna vez nos definieron en nuestra historia? ¿Nos encontrará el futuro en una gran armonía social y Latinoamericana?
Hoy, como en 1810, la historia somos nosotros. Hoy, como en 1810, la historia está en nuestras manos…
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