martes, 11 de mayo de 2010
Qué es lo que le da vergüenza a Tenembaum?
1.
Hay una frase muy conocida (pero no por eso menos efectiva) de Karl Krauss que siempre que vuelvo a leer o rememorar me da mucha gracia: “No tener una idea y poder expresarla: eso hace el periodista”.
Siempre me gustó de Krauss esa capacidad para sintetizar, en breves pero punzantes estiletes, una idea, una situación o un modo de ser.
¿Cómo es que rememoré esa frase de Krauss?, se preguntarán; bueno, eso es toda una historia. Resulta que estaba leyendo algún diario en Internet cuando me crucé con una nota firmada por Ernesto Tenembaum titulada “Vergüenza ajena”. Como es alguien que me interesa leer, por diversos motivos, me tomé el trabajo. Pues bien, puedo decirles sin faltar a la verdad que toda la nota podría resumirse en un largo y tedioso acto de defensa corporativa de los “periodistas que hacen su labor” frente a los negadores-oposicionistas oficiales que buscan embarrar la memoria histórica.
Su gran tesis es la siguiente: el Gobierno (y toda la caterva de discursos que lo acompañan, llámese 678, Blogs K o lo que fuere), reconstruye la historia del país a través de un modelo binario de “buenos” y “malos” (no quiso decir amigo/enemigo, pero en el fondo es muy probable que lo haya pensado. Hasta quizá lo escribió pero se apresuró a borrarlo para no quedar pegado a la fantochada de Noticias). Donde ellos, el Gobierno y sus agentes de propaganda son los “buenos” y el resto, el conjunto de discursos independientes personificados por periodistas que han dado muestras en diferentes situaciones de su valentía histórica y su coraje ético son los “malos”. Y cito porque es muy gracioso cómo está planteado: “La operación es más o menos como sigue. En la historia argentina hay buenos y malos. Los buenos son buenos siempre y los malos son, obvio, malos siempre. Los buenos, hoy, son el Gobierno y todos los que los apoyan. Los malos, quienes critican. Como esa categoría ontológica –los buenos, los malos– no cambia con el correr del tiempo, está claro que los buenos de hoy son los mismos que los de la dictadura y ocurre algo similar con los malos. De manera que quien critica al Gobierno hoy está del lado de los malos y por ende era cómplice de la dictadura, no importa lo que haya hecho en aquellos años. Y, al revés: quien defiende al Gobierno hoy se transforma, sin solución de continuidad, en miembro de la resistencia en los setenta, tampoco importa lo aplicado que haya sido entonces”.
Tenembaum, a través de anécdotas que buscan resaltar la bonhomía y ética profesional de los perfiles en cuestión, hace exactamente lo mismo pero en sentido inverso: Por un lado está Néstor Kirchner y su mujer que son los malos, los que nunca hicieron nada por los Derechos Humanos, los que apoyaron la reelección de Menem junto con la “propaganda oficial”, los “berretas” que le causan “vergüenza ajena”. Por otro lado está Magdalena que es la buena de la película, la heroína que puso en cada momento histórico una palabra justa y sincera, cuando nadie ¬–o casi nadie- lo hizo.
En fin: la idea es ya mala de antemano y el problema no es que la plantee una vez sino que lo haga dos veces! En la primera critica la operación y en la segunda la hace efectiva para reponer sus personajes.
2.
Es importante que no se interprete que con esto estoy juzgando a Ruiz Giñazú ni al propio Tenembaum. Simplemente, no me gusta la forma en que se plantean las cosas. Es demasiado simplista reducir tanto a uno como a otro a una frase dicha en un momento particular de su historia personal. Creo que hay suficientes elementos como para hacer un análisis más exhaustivo y complejo (quiero decir rico) sobre cada uno de los personajes (me gusta pensarlos como personajes porque cada uno fue utilizado en el cuerpo de la nota de ET para un fin específico: ninguno tenía más vida que la que le otorgaba el propio autor de la nota, eran marionetas que le permitían decir, a través suyo, lo que él quería decir. Que se llamen como se llaman parece más bien una coincidencia). Entiendo que todo esto se debe a que por primera vez se ha puesto en cuestión la tarea misma del comunicador. Antes asistíamos a un cuestionamiento académico; ahora lo estamos viendo, valga la paradoja, por televisión. En vivo y en directo. En su propio territorio. Pero esto, por suerte, es sintomático de una época en la que todo está entrando en cuestión, incluso lo que antes parecía incuestionable (porque los medios, como ya nos lo enseñara El Principe, nunca se cuestionan). El problema es que en este caso, los protagonistas, los periodistas, no están acostumbrados: son como bebés que deben desarrollar su aparato digestivo. No pueden digerir todavía esta “leche maligna” y lanzan gases por doquier. Todo huele mal!
3.
En cada situación ponen en marcha el mismo mecanismo: privilegian el enfrentamiento entre las personas (en este caso los políticos contra algún representante del inmaculado “ente autónomo los periodistas”) en detrimento de la confrontación entre sus argumentos, es decir, lo que realmente deberíamos estar discutiendo. Pero se prefiere plantear el problema en términos de “Kirchner dijo esto o aquello”, “La Presidenta esto otro”, “Aníbal esto”, etc. Siempre es más fácil poner en tensión las contradicciones de los sujetos que discutir la cuestión de fondo. Es el modelo “noticia de chimentos” que gobierna, en la era de lo espectacular integrado, al periodismo autóctono. Es como decir: esa película es una cagada por las opiniones del Director o porque la actriz principal “es una soberbia”. Discutamos el argumento muchachos!!!
4.
Por último, me gustaría pensar -y manifestar- que la palabra o el concepto “vergüenza ajena” es demasiado “pesado” para la nota, incluso para el espíritu de la nota si se quiere, que nos plantea el propio Tenembaum. ¿Acaso decir que un periodista hizo esto o aquello, que un Fiscal trabajó con este o aquél o que un programa de la TV pública haga una canción con la idea de que somos unos boludos, puede causar vergüenza ajena? ¿Eso es lo que le causa vergüenza ajena a Tenembaum? Más allá de quien lo diga, me parece que la vergüenza ajena la debemos dejar para cuestiones de las que realmente nos debemos avergonzar y no ya en términos personales, como si viera Tinelli y me diera vergüenza ajena lo que veo; me parece que nos debemos interpelar como una experiencia compartida, la de la comunidad, la del país, sobre qué cosas son las que no debemos dejar pasar, las que debemos atender y solucionar y las que, de no resolver, nos deben no sólo dar vergüenza sino, sobre todo, dolor.
Por suerte hay algunas noticias recientes (que no quiero ni linkear porque ya todos saben de qué hablo) que van justamente en sentido inverso: hacen que la vergüenza histórica que formaba parte de mí como ciudadano, que era parte indisoluble de mi experiencia como habitante de este suelo, empiece a desaparecer. Pero sobre eso, mi estimado Tenembaum, no se habla. Salvo, por supuesto, la propaganda oficial.
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